La falla domesticada
El monumento y la perfección técnica engullen la crítica al poder del origen de la fiesta
JAIME PRATS - Valencia - 16/03/2011
A pesar de que las elecciones municipales y autonómicas de mayo están a la vuelta de la esquina, cuesta encontrar una falla —especialmente entre las que aspiran a algún premio relevante— cuyo motivo principal esté dedicado a la crítica política. Y no parece que el problema sea que falten temas para la crítica o la mofa.
Cuesta ver una falla de tema político pese a la cercanía de las elecciones
No siempre ha sido así. Hace 100 años se censuraba al rey o la Iglesia
El franquismo 'descafeinó' y 'civilizó' el mensaje de las fallas
El sistema de premios ha servido par aprimar la crítica amable
Sin ir más lejos, el presidente de la Generalitat, Francisco Camps, se encuentra a las puertas de un juicio por cohecho. También están imputados en distintos procesos judiciales los responsables del PP en Castellón, Carlos Fabra (acusado por delito fiscal, tráfico de influencias y, también, cohecho) y Alicante, José Joaquín Ripoll (por un caso de presunta corrupción). Y el portavoz socialista en las Cortes, Ángel Luna, por mostrar en las Cortes valencianas un informe de la policía sobre las cuentas de la visita del Papa. Por si fuera poco, recientemente —quizás sin demasiado margen para que los artistas lo plasmen en los monumentos de este año— ha estallado un caso sobre el posible cobro de comisiones a un club de alterne de Valencia en el que supuestamente participaron personas del entorno del PP en la ciudad.
Tampoco faltan personajes de gran atractivo que en los últimos meses se han ganado a pulso el derecho de convertirse en carne (quizás habría que decir poliestireno expandido) de ninot. En un rápido repaso se podría incluir en esta categoría a Álvaro Pérez El Bigotes —el gran protagonista, con permiso de Camps del caso Gürtel—, los dirigentes populares Ricardo Costa, Alfonso Rus, Milagrosa Martínez La Perla, la propia alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, el socialista Jorge Alarte o la combativa Mònica Oltra. Pese a todo ello, las alusiones a la política son, cuando aparecen, tangenciales y situadas en un escenario secundario.
No siempre ha sido así. Hace algo más de un siglo, la censura al poder era el eje central de la crítica fallera en muchos monumentos de una Valencia en plena ebullición política.
En 1905 no sentó nada bien entre los activos círculos republicanos el nombramiento, en mayo de 1905, de Victoriano Guisasola y Menéndez como arzobispo de la ciudad, a instancias de Alfonso XII. La animadversión se acrecentó con la publicación de una pastoral en la que el prelado calificó el matrimonio civil —recién aprobado por el conde de Romanones— de "concubinato legal". Con Vicente Blasco Ibáñez y su diario El Pueblo al frente de la movilización popular y de la campaña contra el arzobispo, Guisasola, que se encontraba fuera de la sede episcopal durante el episodio de la carta, tuvo que esperar un año para que se calmasen los ánimos y volver a ocupar su residencia, por miedo a regresar. Y cuando lo hizo, fue escoltado por la Guardia Civil.
Este ambiente tenía su espejo en las fallas, un movimiento mucho más libre, espontáneo, crítico, sarcástico, popular y reivindicativo que el actual. Todo ello permitía que en un monumento de la época se pudiera observar la figura de una paella con el texto Se guisa sola, en jocosa alusión al prelado. ¿Se atrevería alguna falla a hacer alusiones tan directas hacia el arzobispo actual, Carlos Osoro, por los cursos de sexualidad que impulsa con su llamamiento a la contención, su denuncia de los vicios y de la "disfuncionalidad" homosexual?
Referencias como las de Guisasola no suponían ninguna anécdota aislada. Unos años antes, en 1894 una falla del barrio del Pilar titulada La Gallera nacional reproducía a políticos republicanos, liberales y carlistas como gallos de pelea. Otra, plantada en la calle Maldonado en 1897 censuraba a la monarquía y hacía apología de diferentes repúblicas.
¿Por qué 100 años después cuesta encontrar una falla cuyo motivo central esté directamente relacionado con un mensaje político tan claro, o dirija su crítica hacia otro tipo de poder, ya sea político o religioso? ¿Por qué una sociedad con menos restricciones a la libertad de expresión ha trivializado el mensaje de los monumentos? ¿Cómo se explica que en muchos sentidos sean más modernas algunas de las fallas de hace 100 años que muchas de las actuales?
"Porque a partir de la segunda mitad del siglo XX, en un proceso dirigido por el poder, en este caso, el franquismo, se descafeinó y civilizó el mensaje fallero", responde Gil-Manuel Hernàndez, presidente de la Associació d'Estudis Fallers.
Fue un camino de sacralización, relata, del mundo de la fiesta que tuvo mucho de reinvención y que dio una nueva forma a la fiesta de la que ahora es heredera. "Se articuló una nueva estructura ritual festiva (el calendario) que, redefiniendo la propia tradición (católica y conservadora) y adaptándola a las nuevas circunstancias y demandas (el franquismo), ahora va a servir como plataforma teórica (ideológica) y práctica (política) para promover la interiorización cotidiana de los postulados del nuevo régimen", como recoge Gil-Manuel, que también es profesor del departamento de Sociologia y Antropologia Social de la Universitat de València, en la obra La festa reinventada: calendari, politica i ideologia en la València franquista.
En todo este proceso de encorsetamiento ideológico tuvo un papel central el que se ha convertido en, junto a la cremà, el principal acto de la semana fallera: la ofrenda de flores a la Mare de Deu dels Desamparats. Este rito fue instaurado por el franquismo y ejemplifica por si solo las maniobras de despaganización de la fiesta bajo la exaltación religiosa y la apología del nacional catolicismo de la época.
Junto a la ofrenda, otro elemento clave fue el control de la fiesta a través de una entidad política, en este caso, la Junta Central Fallera (JCF) y, ligado a ello, la instauración de un sistema de normas y premios que valoran el gigantismo, el barroquismo y la perfección estética (casi siempre dentro del clasicismo) pero que castiga la carga política y la crítica corrosiva.
"Hay una ley no escrita en el mundo fallero que dice que si te pasas en la sátira política tendrás problemas en alcanzar un premio, y no olvidemos que los falleros quieren, por encima de todo, alcanzar el galardón más alto", apunta Gil-Manuel Hernàndez. "El premio es el pasaporte a la visibilidad social y el prestigio", añade. Es el fin que persigue la comisión fallera y sus impulsores, y justifica el exhibicionismo posterior del trofeo por las principales calles de la ciudad.
Esta combinación de factores (de incentivos o penalizaciones, según se vea) da como resultado que, especialmente entre las primeras categorías y las comisiones que aspiran a ser galardonadas, las fallas sean "más blancas, de crítica amable y humor blando". "Se han banalizado y trivializado los temas, y la crítica es insulsa", añade Antonio Ariño, catedrático de Sociología de la Universitat de València y autor de La Ciudad Ritual: La fiesta de las Fallas (1992). "Hace un siglo, salir en una falla era una deshonra para un político, ahora resulta todo lo contrario, hasta el punto que los políticos se fotografían con sus ninots", señala. Ahora, las fallas "están pensadas para el turista, para deslumbrar con su gigantismo banal y trivial y no para herir ni remover conciencias", añade.
Gil-Manuel Hernàndez abundó en esta idea en La festa reinventada: "El discurso del supraclasismo y la armonía social, la búsqueda de la deferencia y la obediencia de las bases falleras mediante el sistema del premio y castigo, son los ejes sobre los cuales se va a articular una instrumentalización plasmada en la conformación de cierta idea regionalista de carácter conservador, estrechamente vinculada al mundo fallero que tendrá su máxima eclosión durante la etapa de la transición a la democracia".
Para este autor, esta situación es aún perceptible en la actualidad en el hecho de que "el mundo fallero sí acepta una crítica política reaccionaria o la apología de personajes de la derecha, como la alcaldesa, mientras que la crítica progresista es difícil de encontrar". Pocos artistas falleros escapan a estos corsés. "Es probable que, en general, los artistas estén más escorados hacia la izquierda que las comisiones en las que trabajan, pero han de comer de la falla y siguen sus directrices", apunta Gil-Manuel Hernàndez. Entre los que tienen más capacidad de trasladar sus ideas progresistas, este profesor de sociología destaca a Alfredo Ruiz, Ignacio Ferrando, Rafa Ferrando o Vicent Almela. "Salvo raras excepciones, los artistas van con pies de plomo si quieren seguir teniendo faena", apunta este último, que este año planta la falla de la calle Bolsería.
Para Almela, la atonía en la temática fallera y sus contenidos superficiales sobre todo tienen que ver con la evolución de la sociedad. "El bienestar está más generalizado y la gente no está tan concienciada, ni políticamente ni socialmente".
Tampoco cree que el mundo de las fallas sea de derechas. "Más que eso, se trata de un entorno tradicional en el que introducir cualquier innovación cuesta muchísimo", en buena medida por los criterios que impone la JCF para valorar los monumentos. "Dentro de la dificultad, es más sencillo introducir novedades estéticas, especialmente en las fallas infantiles, que son las que más lejos han llevado este intento en los últimos años; en el contenido es mucho más difícil".
Hay fallas especialmente sensibles con los problemas de sus barrios, como la situada en la calle Lepanto, muy cercana a los colectivos inmigrantes o Na Jordana, que pese a ser una grande, mantiene un espíritu libre y creativo. "Pero para crítica de verdad independiente hay que ir a Arrancapins", sostiene Almela, en referencia a la comisión Àngel Guimerà-Pintor Vila Prades. Esta falla, de la que forma parte Gil-Manuel Hernàndez, representaría una vía de cierta independencia y de vuelta a los orígenes del movimiento fallero tal y como era antes de su domesticación. Está integrada en la Junta Central Fallera, pero ni participa en el concurso de valoración de monumentos, ni eligen a falleras mayores ni acuden a la ofrenda, ni sus miembros portan banda sobre la indumentaria. "Nos podemos permitir una crítica más ácida, más fuerte, porque no tenemos que contentar a nadie", apunta el presidente de la Associació d'Estudis Fallers.
Al margen de Arrancapins, y fuera de todo control oficial, se encuentran inciativas fuera de todo control oficial, como son el Col.lectiu de falles valencianes populars i combatives, una aproximación de sectores nacionalistas de izquierda a la fiesta, lo que resulta toda una excepción en en universo fallero.
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