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Si no salvo mis ideales, no me salvo a mi.







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lunes, marzo 07, 2011

Sería todo tan distinto...

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Rendición de cuentas



JOSÉ ASENSI SABATER 


La rendición de cuentas es una de las instituciones fundamentales de los pueblos libres. Se nombra a alguien para algo, se le dan los medios y la autoridad, y lo menos que se espera una vez realizada la encomienda es que rinda cuentas de sus acciones.

Las sociedades que no están dominadas por sátrapas que responden sólo ante Dios y la Historia, es decir, ante nadie en concreto, o ni siquiera eso, han tenido el cuidado de contar con instituciones que permiten evaluar lo que sus gobernantes hacen, para poder obrar en consecuencia. Ya existían éstas en la Roma republicana, donde hasta los cónsules estaban expuestos a una especie de rendición de cuentas, al igual que el resto de los magistrados, todos los cuales podían ser llevados ante un tribunal popular, excepto en el caso del dictador. En la antigua China, el mandarín, amo y señor de su jurisdicción, estaba sometido a la vigilancia de los inspectores del Emperador, cuyos informes secretos se contrastaban con la autocrítica que, inexorablemente, aquél tenía que presentar so pena de ser castigado en público con el látigo. Incluso en la oscura Edad Media, existían instituciones que, en determinados momentos, tenían potestad para esclarece las cuentas y otros aspectos de la ejecutoria del señor o del magistrado.

Estos precedentes, rodeados sin duda de una nube de arbitrariedad y cleptomanía, quedaron desterrados en las modernas sociedades democráticas, donde el principio general es que las cuentas de los gobernantes se rinden periódicamente ante el electorado, que es el que juzga las trayectorias de sus representantes, salvo, claro está, las restantes responsabilidades civiles y penales, cuyo esclarecimiento se encomienda al poder judicial. Se puede decir que sin mecanismos de exigencia de responsabilidad no cabe hablar de democracia.

Sucede sin embargo que la democracia de partidos ha trastocado estos nobles principios, de modo que el sujeto de la responsabilidad política ya no es un individuo de carne y hueso sino un ente colectivo llamado partido. Tal ente no tendría por qué anular la responsabilidad individual, pero, en casos extremos, como ocurre en España en estos momentos, el partido hace de biombo para ocultar los reproches al mal hacer de quienes lo integran y, por otro lado, las elecciones, en las cuales los partidos son los únicos protagonistas, son el lavadero de las fechorías cometidas por sus miembros. Tantos ejemplos y tan cercanos tenemos de estas perversiones de la democracia que no vale la pena traerlas una vez más a colación.

Podríamos albergar no obstante la esperanza de que los partidos, puesto que suyo es todo el protagonismo, se tomaran la molestia de llevar a cabo un escrutinio interno para exigir rendición de cuentas a sus cargos públicos. Pero, ay, sucede todo lo contrario. En su lugar montan carpas para lisonjear y aplaudir como locos a sus líderes y lugartenientes, pese que estén con un pie en el banquillo y aunque la gestión y las decisiones de que hacen gala sean un puro disparate. Amparan conductas dudosas o francamente groseras y se regodean con los sinsentidos que se dicen unos a otros. Se escudan en la presunción de inocencia, pero en realidad se mofan de la gente.

No todo el panorama partidista es así, afortunadamente, y todavía existe, quiero pensar, un depósito de honorabilidad y de decencia. Pero aún en aquellos casos en que se guardan las apariencias, uno no sabe muy bien cuáles son los criterios que los partidos utilizan para premiar a los buenos y castigar a los malos. Es cosa de misterio el porqué, vamos a suponer, un concejal equis, que ha bregado durante años, es marginado de la lista, y por qué otra persona ignota es apta. Por qué un diputado o diputada que calienta el escaño durante décadas, sin que su trabajo destaque y se haga notar entre la gente, recibe buena ponderación y repite, mientras que en otros casos se rechaza. En algunos partidos todavía existe el trámite ritual de que los representantes rindan cuentas por escrito, pero se trata de un trámite intrascendente.

No, es broma, la verdad es que no hay tanto misterio. Se trata simplemente de que los partidos han perdido todas sus tradicionales funciones excepto una, la más importante: confeccionar las listas. Una función concentrada en manos de un pequeño grupo de personas que decide sobre el ser y el no ser. A ellos y sólo a ellos hay que rendir cuentas, es decir, obtener su favor: algo mucho más lucrativo que rendir cuentas verdaderas.



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