Domingo 05 de septiembre de 2010
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01:50
JUAN R. GIL Ricardo Costa, número dos del PP en la Comunidad Valenciana durante casi todo el reinado de Camps, ha sido rehabilitado por su partido y repuesto como militante, para vergüenza de extraños y espero que también de propios, apenas unas horas después de que un nuevo informe policial elevara la montaña de pruebas que ya existen sobre las trampas que la cúpula popular ha estado haciendo durante años y le situara a él, junto con su adlátere David Serra, en el epicentro del engranaje de captación y distribución de dinero negro. Dinero que pagaban unos empresarios que a buen seguro luego lo repercutirían en los costes de las obras públicas que lograban adjudicarse y que costeábamos entre todos. Dinero que servía para que el PP contara con todos los medios del mundo para hacer campañas y, al mismo tiempo, para que algunos se enriquecieran -mediante esos fondos y otros procedentes de contratas oficiales que se quedaban sin derecho a ello- y colmaran a otros de caprichos de niños pijos.
Y al mismo tiempo, la misma semana, el empresario Antoni Asunción se presenta pidiendo pelea en el PSPV. Fue ministro y permitió que se fugara el mayor paradigma de corrupción que ha dado este país: Luis Roldán. Fue candidato en primarias, y perdió. Participó en la conspiración para derrocar al secretario general que le ganó aquellas primarias y logró en los pasillos lo que no había conseguido en la libre concurrencia: ocupar su puesto en los carteles electorales. Lógicamente, volvió a palmar, esta vez contra Zaplana, después de protagonizar la campaña electoral más absurda, chapucera y desnortada que se recuerda (iba por estos mundos de dios acompañado de un montón de cámaras de mentirijillas con el falso anagrama de CNN+, para darse importancia) y se largó de inmediato, dejando tirado al partido. Con ese historial a cuestas, reaparece diez años después comparándose con Obama. Y no creo que lo haga justo ahora por casualidad. Es que es ahora cuando más daño puede hacerle al PSPV.
Son sólo dos ejemplos -de distinta dimensión, claro, pero igualmente merecedores de comentario- del lamentable, del indignante espectáculo que los dos grandes (?) partidos que tienen bloqueada la cosa pública en esta Comunidad desde hace una eternidad, atentos sólo a los intereses personales de quienes los controlan, han ofrecido en este arranque del curso político, para pasmo e impotencia de cualquier ciudadano medianamente responsable.
El caso del PSPV es ya digno de estudio, no en las facultades de Ciencias Políticas, sino en las de Medicina, especialidad de Psiquiatría. No más eligen un secretario general (y para el argumento me da igual que se llame Romero, Pla o Alarte) comienzan a minarlo hasta conseguir que llegue exhausto a las urnas y el primer objetivo de un secretario general socialista ya no es proyectar el partido al exterior, sino mantener su interior controlado. Porque, como se ha escrito aquí una y mil veces, el aparato socialista se ha convertido en una perfecta máquina de ganar congresos y perder elecciones. Porque la mayoría de quienes lo pueblan viven mejor en la oposición que en el gobierno. Porque, aunque al lego en política le pueda parecer un disparate, para muchos de ellos hay más gabelas que repartir si se mantienen fuera del Ejecutivo, que si triunfan en los comicios.
Pero si lo de Asunción resulta, a estas alturas, patético, lo de los socialistas de la ciudad de Alicante, la segunda de la Comunidad Valenciana, ésa donde la última vez se quedaron a un solo concejal de ganar aunque casi cuatro años después aún no se hayan enterado, es un sainete bochornoso. Y no lo digo por Valenzuela, ni por Perea. El primero lleva meses sin ocultar su deseo de ser el candidato a la Alcaldía y ha escogido el camino que marcan los estatutos: recoger las firmas sufcientes para presentarse a unas primarias y jugarse sus aspiraciones a la voluntad de los militantes. Mejor eso que tenerlo disparando desde fuera. El segundo, ni siquiera se postuló: vinieron a buscarlo y aceptó entrar en la partida porque apelaron a su responsabilidad y a su trayectoria. Ése fue su error: creer que hablaba con gente seria. Nada que objetarles, pues, a ellos, con independencia del juicio que cada cual pueda hacer sobre capacidades, momentos o intenciones. No. Lo del bochorno lo digo por esos dirigentes que han decidido que el puesto hay que sacarlo a subasta, y que hoy se lo ofrecen a Perea, mañana a la directora de la Casa del Mediterráneo y pasado a un catedrático universitario, sin ningún criterio ni ningún objetivo que tenga que ver, ni con el beneficio de los ciudadanos, ni siquiera con el de su propio partido: sólo con los suyos particulares, con sus filias y sus fobias, con sus expectativas de mantener sus puestos y sus miedos a perderlos.
El PSPV, que desde que cayó aquí por primera vez frente al PP, en 1993, sólo ha repetido una vez candidato a la Generalitat y jamás ha presentado dos veces a un mismo aspirante a la Alcaldía de Alicante, parece tomar por idiotas a los ciudadanos. Pero -y perdonen si me paso el artículo yendo de la sarten al fuego: es que todo va unido, porque si unos pueden permitirse cosas tan graves es, en parte, porque se sienten inmunes gracias a la incapacidad de los otros para constituirse en alternativa-, pero, decía, lo del PP es peor, porque el PP está demostrando que no es que crea que los electores son un atajo de imbéciles: es que está absolutamente convencido de que lo son. ¿Cómo, sino desde ese absoluto desprecio por las reglas de juego democráticas y por los ciudadanos en los que reside la soberanía, puede entenderse que pretenda presentar un ramillete de imputados en sus listas y que, encima, no pare de rendirles homenajes, como si en lugar de estar bajo sospechas más que fundadas, fueran modelos de conducta, ejemplos a seguir, ángeles celestiales?
"Estos votan lo que les echen", parecen pensar. Y seguramente los expertos en marketing electoral les habrán dicho que así es y les habrán enseñado encuestas y estudios que lo confirman. Lo que quizá no les hayan dicho es que, llegados a este punto, han alcanzado ya el logro de constituir la peor generación política de la democracia, la que peor ejemplo está dando, la que más perjuicios ha causado a la credibilidad del mismo sistema. Claro que a ellos eso no les importa: lo suyo no es la política, sino el cálculo. Nunca mejor dicho
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