Sobrevivir a rastras. (Visualizar video, pinchando en logo: ¡vergonzoso!)
Una mujer paralítica de Molina está condenada a subir arrastrándose por las escaleras porque sus vecinos no se ponen de acuerdo en el arreglo del ascensor, averiado desde hace dos años
Un único peldaño de los que María José Giménez escala ya supone todo una proeza. Cada mañana, esta vecina de Molina de Segura, de 37 años de edad, baja a la calle para realizar sus compras diarias. La vuelta al hogar supone siempre una ardua tarea. Subir las escaleras de su edificio ya le resta casi media hora de su tiempo. Para ello debe bajarse de la silla de ruedas en la que se mueve desde su infancia y arrastrarse por las escaleras hasta llegar al segundo piso. «Esto lo hago todos los días», exclama exhausta; «me arrastro como un perro».
Una simple avería inutilizó, hace dos años, el ascensor del edificio de protección oficial donde habita desde hace una década María José, enferma de poliomielitis y, como consecuencia, paralizada de cintura para abajo. «Siempre que planteo el arreglo, los vecinos me dicen que no tienen suficiente dinero para llamar a un técnico, así que se ha quedado sin arreglar». A falta de un ascensor en funcionamiento, a esta mujer no le queda otra opción que abandonar su silla de ruedas en un cuartito de la entrada y ascender, como puede, hasta su vivienda. «No me acostumbro a tener que subir de esta manera», relata indignada; «me duelen muchísimo la columna y los riñones».
Más difícil todavía
La lluvia o la suciedad de la escalera son algunos de los elementos que hacen aún más difícil la situación que María José se ve obligada a vivir cada día. «Siempre tengo que llevar cuidado para no pisar ninguna porquería», relata. La mala relación que esta mujer mantiene con sus vecinos tampoco ayuda. «Los niños me roban, me escupen y me insultan», denuncia María José; «y sus familias hacen oídos sordos».
Pese a las múltiples contrariedades a las que esta mujer hace frente a diario, de la boca de María José no cesan de brotar carcajadas. Su carácter vitalista y nervioso le impide estarse quieta ni un solo minuto. «Yo siempre he llevado mi enfermedad para adelante, sin problema», reconoce, «pero ahora siento, de verdad, que no me dejan avanzar».
El traslado a otra vivienda de ayuda social o la ayuda en la limpieza de su hogar son algunos de los asuntos que, a día de hoy, más preocupan a esta mujer. «Yo intento hacer las labores de la casa, pero hay algunas alturas a las que ya no llego», confiesa resignada, mientras señala con el dedo índice los marcos de la puerta, sucios.
Los servicios sociales le retiraron hace tres años el servicio de una asistenta que le ayudó, durante meses, en las labores del hogar. Sin esa asistencia, cualquier acción cotidiana para esta mujer supone todo un reto. Ella cree que cumple los requisitos necesarios para que vuelvan a echarle una mano.
«Ahora mismo sólo tengo una ayuda económica de 410 euros que me concede la Comunidad», señala, una opción que, según afirma, no le permite contratar a un empleado que le ayude en las labores que ella no es capaz de desempeñar. «Yo me siento totalmente abandonada, enterrada en vida».
Son las doce de la mañana y María José acaba de llegar a la puerta de su domicilio. Estirando completamente el cuerpo, María José consigue, no sin esfuerzo, abrir la puerta de su hogar. Exhala aire, una vez más, y con un fuerte golpe, consigue entornar la puerta para poder entrar. «Hogar, dulce hogar», exclama. Hoy no volverá a bajar las escaleras.
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