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La estrategia Alarte (1): El asalto interno y la
corrupción del PP
Ayer "Por eso también se dice y se escribe que lermistas, pajinistas, colomeristas, asuncionistas, ciscaristas, y muchos otros grupúsculos y militantes están contando los días que faltan para ajustar cuentas. El momento crítico serán los meses siguientes al próximo 22 de mayo..."
VALENCIA. La Comunidad Valenciana vive una crisis profunda de su modelo socioeconómico, sin liderazgo claro y con la mayor parte de la llamada sociedad civil falta de iniciativa, subvencionada y dependiente del poder político. Paralelamente se extiende ética e ideológicamente una especie de berlusconismo individualista, autosatisfecho, cínico y paralizante. La responsabilidad del actual gobierno del PP, ante esta situación, es ineludible. Urge una alternativa política y una regeneración social; sin embargo y paradójicamente, las encuestas insisten en que el PP valenciano volverá a ganar el próximo 22 de mayo.
Aún más, es un lugar común afirmar que la actual dirección del principal partido de la oposición y su secretario general, Jorge Alarte, carecen de estrategia. Creo, a riesgo de equivocarme, que esto no es así y que tienen una estrategia política y que ésta es coherente, ambiciosa y ha culminado con éxito sus primeros pasos. Cosa distinta es que logre sus objetivos finales o que pueda ser, a largo plazo, beneficiosa o contraproducente para los socialistas y para la Comunidad Valenciana.
Hagamos un poco de historia. Alarte ingresa en el PSPV-PSOE en 1994, con 21 años. En mayo de 1995, es concejal en Alaquàs y, en 1999, es alcalde de la localidad y pronto manifiesta su voluntad de hacerse con un lugar propio dentro del alicaído socialismo valenciano. En 2000, impulsa el denominado G-4 (grupo de alcaldes de Alaquàs, Quart, Benetússer y Xirivella; que disputarán, con éxito, el poder socialista en L'Horta Sud a Ciprià Ciscar) y pasa a ocupar un espacio de lealtad crecientemente distante con el entonces secretario general del PSPV-PSOE, Ignasi Pla.
No extrañó, por tanto, que anunciara su candidatura a la secretaría general del partido, en julio de 2007, unas semanas después de que el PP obtuviese sus mejores resultados en la Comunidad Valenciana y de que los socialistas sufrieran una severa derrota en las autonómicas y perdiesen parte del poder municipal que aún conservaban. En octubre de 2007, Pla tuvo que dimitir de forma espuria como secretario general y el partido es gobernado hasta el Congreso de septiembre de 2008 por una gestora; mientras van apareciendo (y desapareciendo) aspirantes a la secretaría general: Sevilla, Ábalos, Puig y Romeu, además del propio Alarte.
Para conquistar la secretaría general, Alarte contó, desde el primer momento, con el apoyo de dos grupos de presión importantes, pero minoritarios, el ya citado G-4 y la denominada Mesa Camilla (líderes de Valencia, L'Horta Nord y El Camp de Túria). Luego obtuvo el apoyo de la familia Tirado en Castellón, de parte de las Juventudes y de otros grupos menores. Suficiente para competir, pero poco para ganar. Las circunstancias, sin embargo, le dieron la victoria. Dos meses y medio antes del congreso valenciano, había que hacer frente al 37 Congreso federal del PSOE. Un test perfecto para conocer la fuerza de las familias y los candidatos a liderar el PSPV-PSOE. Entonces, la delegación valenciana fue comandada por Leire Pajín con el apoyo de más del 80% de los delegados, configurando una coalición que sumaba desde los llamados municipalistas de Castellón hasta los renovadores de Alicante, pasando por la gente de Ciscar, Izquierda Socialista, Ábalos, Romeu y Alarte.
Sólo quedaba fuera el lermismo y poco más. Cuando se cierra el congreso federal, Pajín es la nueva secretaria de Organización del PSOE; pero, a pesar de ello, entre julio y septiembre, la coalición que la había seguido no es capaz de presentar un candidato propio y acaba resquebrajándose. Lo que quedó de ella dio su apoyó a Alarte; mientras que la candidatura de Ximo Puig sumó al lermismo los delegados de Romeu, Izquierda Socialista, la FSP y grupos menores. El resultado del 11 Congreso del PSPV-PSOE es bien sabido: Alarte es elegido secretario general con sólo 20 votos más que Puig.
Visto el proceso, el nuevo secretario general debió ser consciente de que la mayoría de los que votaron su candidatura tenían lealtades ajenas y de que, en consecuencia, eran muy poco fiables para gobernar el PSPV-PSOE en el futuro. Era urgente cambiar esa relación de fuerzas, manteniendo una lealtad férrea y utilitaria con sus primeros apoyos, a la vez que se intenta dividir o debilitar al resto de grupos o familias, y se diseña una estrategia de actuación a medio y largo plazo para conseguir la Generalitat. Para entenderla hay que tener en cuenta que él y su equipo más próximo parten, explícita o implícitamente, de cuatro consideraciones razonables (aunque bastante discutibles). Primera: quienes ha protagonizado la vida del PSPV-PSOE hasta entonces (y, en general, los que tienen más de 40 años) han sido los culpables de la debacle del socialismo valenciano y deben dejar paso a una nueva generación de cuadros y líderes o, en el mejor de los casos, limitarse a ocupar posiciones marginales en el sistema de poder del partido y en las instituciones.
Segunda: el espacio público valenciano está totalmente dominado por el Partido Popular en los ámbitos mediático, social, económico, político, judicial e institucional. Tercera, el PP aparece, en estos momentos, en el imaginario de la mayor parte del electorado como el partido de los valencianos e impone, gracias a una confusión autoritaria del partido con las instituciones y los medios de comunicación, falsos debates de base identitaria y victimista que refuerzan al PP y ocultan las consecuencias negativas de las políticas de la Generalitat. Cuarta: la nueva dirección socialista sólo estará en condiciones de ser alternativa de gobierno a la Generalitat en 2015 y, mientras tanto, hay que sobrevivir a las elecciones de 2011, identificar al PP valenciano con algún aspecto negativo para empezar a deslegitimarlo y evitar el cuerpo a cuerpo con el PP en los temas de gestión o en los debates identitarios.
Por eso, de manera inmediata, la única voz de la dirección debía ser Alarte (y Luna, porque Alarte no era diputado en las Corts Valencianes). Por eso, el discurso socialista debía concentrar todas las críticas en el caso Gürtel, en Camps y en la corrupción del PP valenciano, con ayuda del PSOE federal y de los medios de comunicación estatales afines a los socialistas. Por eso, los socialistas han evitado entrar a debatir, cuestionar o contradecir los temas victimistas que periódicamente trata de imponer el PP en la agenda pública (chiringuitos, agua, prospecciones petrolíferas, financiación, supuesta marginación de la Comunidad Valenciana, etc.) e incluso casi no han criticado los aspectos más negativos de las políticas del Gobierno de Camps en aspectos tan sangrantes como la educación, la sanidad, la dependencia, la economía o el empleo. Por eso, cualquier voz disonante, que rompiera la concentración discursiva en la denuncia de la corrupción, estaba condenada a chocar con la dirección socialista.
OBJETIVO CONSEGUIDO
Ese objetivo está conseguido hoy: Alarte es la única voz de los socialistas valencianos, aunque se le escuche poco y sea escasamente conocido. Del mismo modo, una gran parte de la población (y el propio PP estatal) asocia al PP valenciano y a Camps con corrupción, lo que hace difícil la continuidad política del actual presidente de la Generalitat tras las elecciones generales de 2012. En eso también ha tenido éxito el discurso del PSPV-PSOE.
El segundo objetivo estratégico de Alarte consistirá en barrer de cualquier cargo representativo en las instituciones (primero en las Corts Valencianes, diputaciones y ayuntamientos, y más tarde en las Cortes Generales) al mayor número posible de representantes del viejo socialismo, tanto el representado por las figuras de la generación de la transición (Lerma, Ciscar, Asunción o Alborch) como los de la generación que protagonizan los años posteriores a la pérdida de la Generalitat (Pla, Escudero, Puig, Macià, Sarrià, Calabuig, Noguera y otros); jibarizando al máximo o acabando, si fuera posible, con la capacidad de maniobra de las no menos viejas familias personalistas. Todo ello, mientras se intenta neutralizar a los barones provinciales menos fieles (Colomer en Castellón y Barceló en Alicante) y dejando fuera del escenario político valenciano inmediato a Leire Pajín y Francesc Romeu.
No era fácil: Romero fracasó en su envite a las familias clásicas (lermistas, ciscaristas y asuncionistas, Izquierda Socialista); Pla no se atrevió a atacar el poder real de las familias y siempre actuó, de hecho, en beneficio del lermismo. Sin embargo, visto con perspectiva el proceso de elaboración de las listas autonómicas y locales, Alarte ha conseguido en lo esencial, la mayor parte de sus objetivos y, tras el próximo 22 de mayo, el viejo socialismo se encontrará en posiciones institucionales marginales o irrelevantes, dividido y minorizado dentro del PSPV-PSOE. Y, lo que es más importante, en los grupos municipales, Corts Valencianes, asesorías y agrupaciones locales socialistas predominarán los jóvenes entre los 30 y 40 años que, en estos momentos, le son fieles y dependen de él (en lo político y, frecuentemente, en lo económico).
Se dice (y se escribe en la prensa convencional y sobre todo en internet) que, en el proceso de elaboración de las listas socialistas, ha habido poco de renovación y mucho de recambio de personas con la vieja lógica del 'quítate tu, para ponerme yo' o que el partido socialista valenciano sigue con la misma cultura política interna que le hizo perder el poder y lo ha ido hundiendo social y electoralmente. Se dice que las nuevas caras del socialismo valenciano son, en general, políticos light, sin más ideología que estar contra el PP, sin excesiva formación académica y profesional, poco preparados, profundamente desconocedores de lo que es la sociedad valenciana y con escasa experiencia en la acción política y de Gobierno. Se dice que son gente que no han hecho ni hacen nada fuera de la política, que viven dentro de los círculos endogámicos del partido, que su única trayectoria política se limita a haber formado parte de las Juventudes Socialistas y que, la mayoría de ellos, sólo aspiran a vivir bien pagados de la sopa boba partitocrática hasta llegar a la jubilación como alguno de los viejos socialistas que les han precedido. Se dice todo eso y seguramente en parte sea injusto, especialmente en algunos casos individualmente considerados. Con todo, algunos de los males de los que se acusa a los nuevos socialistas ya estaban, quizás menos acentuados, en las dos generaciones precedentes de dirigentes del PSPV-PSOE y tienen que ver con el pobre sistema español para recambiar las elites políticas, la falta de democracia interna en los partidos y nuestra pétrea partitocracia.
A la actual dirección socialista su estrategia le ha generado un sinnúmero de potenciales adversarios internos. Por eso también se dice y se escribe que lermistas, pajinistas, colomeristas, asuncionistas, ciscaristas, y muchos otros grupúsculos y militantes están contando los días que faltan para ajustar cuentas. El momento crítico serán los meses que seguirán al próximo 22 de mayo. Nadie cuestiona, más allá de la retórica de manual, que el PSPV-PSOE perderá las elecciones autonómicas y las locales. Se teme, incluso, que sean los peores resultados de su historia, aunque confían que la parálisis de Camps y sus listas de implicados como el anuncio de Zapatero de no ser el candidato socialista en 2012 atenúen el golpe. Sin embargo, Alarte espera que el PSOE tenga malos resultados en todas partes, para, de este modo, sobrevivir en el agitado mundo del poszapaterismo socialista, aplastar cualquier conato de rebelión interna en el PSPV-PSOE y ganar con relativa facilidad el 12º congreso de los socialistas valencianos.
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Mañana: 'La estrategia Alarte (y 2): El deseo y la realidad'
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