ESPERANZA AGUIRRE ha hecho exactamente lo contrario de lo que siempre ha defendido. Antes de ser concejalita del Ayuntamiento de Madrid proclamaba a los cuatro vientos y tempestades la superioridad de la iniciativa privada sobre la gestión pública, las ventajas de la sociedad de libre mercado y los fallos del sistema socialista.
Ahora ha olvidado sus prédicas de antaño y ha construido un edificio gigantesco destinado al teatro, en competencia arisca, clara, desleal, con los empresarios privados. El costo real de la operación, si sumamos el precio de mercado de los terrenos al de la construcción y otras bagatelas se mueve en el entorno de los 50.000 millones de pesetas. Con ese dinero, los empresarios privados hubieran situado a Madrid durante los próximos diez años en el puesto de cabeza de las grandes ciudades con actividad teatral.
Ciertamente, Esperanza Aguirre heredó el despropósito. Se trata de un edificio teatral de corte soviético al estilo de los que se construyeron en el Moscú comunista y otras capitales del Este europeo. Que eso saliera del magín de Alicia Moreno, cuya ideología es notoria, tiene alguna explicación. Que lo haya financiado y concluido Esperanza Aguirre no hay por dónde cogerlo. Que encima se gastara en el festolín de inauguración del teatro más de 200 millones de pesetas, menudo escándalo. Tras meses de espera, el pasado fin de semana se ha puesto en marcha por fin el teatro, con derroche de personal subalterno. Se tiene la esperanza de que la señora presidenta envíe a sus consejeros y consejeras a interpretar allí la comedia del espionaje y, a continuación, el vodevil de las contratas públicas con las correas desatadas.
Va de apuesta. Los madrileños que, a través de unos impuestos casi confiscatorios, hemos despilfarrado 50.000 millones de pesetas por este capricho comunitario, deberemos pagar en no demasiado tiempo a 500 funcionarios o empleados pues la voracidad de los políticos irá colocando en el Teatro del Canal a parientes, amiguetes, enchufados y simpatizantes, que chuparán todos del bote con entusiasmos recentales. En el Teatro María Guerrero y sus aledaños del antiguo Olimpia trabajan cerca de 300 funcionarios o empleados. En el Teatro Español más de 100. Enrique Cornejo gestiona magníficamente cada uno de sus teatros con una docena de personas. ¿Qué cantidad adicional deberemos pagar los madrileños por la calefacción, el aire acondicionado, el agua, la luz, el teléfono, la limpieza, el mantenimiento de ese gigantesco teatro? ¿Y cuánto nos costarán dentro de diez años los sueldos, las jubilaciones, las dietas, la seguridad social, los viajes, las vacaciones, las enfermedades, los gastos de oficina de los varios centenares de funcionarios y empleados que de forma inevitable irán poblando el inmenso edificio construido?
Ni una pega a la sabiduría, a la capacidad de Albert Boadella.Esperanza Aguirre ha acertado con el hombre que ha puesto al frente del Teatro. Es un maestro. Llegará un día, sin embargo, en que los socialistas gobernarán Madrid. ¿Qué pasará entonces con el Teatro del Canal? ¿Qué disparatado gasto habrá que sufragar? ¿Qué programación será impuesta por el sectarismo político? No parece muy difícil responder a estos interrogantes. Esperanza Aguirre podría hacerlo mejor que nadie.
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española
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