Terminar jugando en el Hércules.
por Adrián Martínez *
el dependiente verá que cada miembro de
la familia aplica su técnica cuando debería
ser un profesional el que le atendiera.
Que Zapatero, tan socialdemócrata en lo social, se manifieste en lo económico a través del ministro Miguel Sebastián –el de la bombilla– con un más que endeble «se nos está acabando la paciencia con la Banca» es una cuestión que ya no arroja más dudas sobre la apropiada nacionalización de la misma. Aunque sea de forma esporádica.
Así, como para acojonar.
Igual que la banca pidió el cese del sistema capitalista –por un tiempo indeterminado– ahora se debería pedir el cese temporal del negocio banquero privado en nombre de lo público, reflotar a la pequeña y mediana empresa, a los sectores fundamentales y a las economías caseras. No creo que unas vacaciones pagadas –mediante contratos blindados– supongan para las entidades financieras una merma de sus beneficios porque a la vista está la exhibición de los mismos que de forma tan grosera e inapropiada han venido manifestando estos últimos días mientras más de tres millones de parados muestran el forro de sus bolsillos.
Pasa con esta clase pudiente-endogámica algo parecido con lo que ocurre, más que frecuentemente, en el sistema sanitario público: se nos recibe, se nos trata, raramente se nos cura, y se nos hace desaparecer con la consigna de ¡apáñese como pueda! basando la mayoría de sus propuestas en simples o sofisticados fármacos o señalando la necesidad de estrategias para las cuales las familias ni están preparadas ni deberían estarlo. Pongamos un ejemplo habitual.
La abuela es muy mayor y padece una demencia. Se fractura la cadera intentando despejar a corner o vaya usted a saber cómo.
La atienden de forma apropiada en Urgencias. La ingresan. La operan –prótesis que es un primor–. La tienen unos cuantos días hasta que todo es considerado normal. Y le dan el alta con la consigna de que hay que rehabilitarla en casa y que de ello depende que vuelva a caminar ¡Cojonudo! Toda la familia ha estado haciendo encaje de bolillos durante más de una semana turnándose para darle de comer o de beber, o para apretar el botoncito de aviso de que se ha terminado el suero, o para estar presente cuando el atareado médico le da por asomar las narices a indeterminadas horas, o para llamar porque se ha quitado la vía, o para reclamar que le han dado de comer dos platos que llevan lo mismo y que a la abuela le gusta la sopa pero no tanto o para lo que haga falta mañana, tarde y noche. Y no preocupa tanto que los miembros de la familia hayan desempeñado labores que corresponden, originaria e históricamente, bien a auxiliares o bien a enfermeras –tambien en su vertiente masculina–, apelando al sentido del deber moral que todo miembro de una familia tiene con sus ascendientes.
Pero tampoco cabe duda del aprovechamiento que –de ésta tesis– hace la atención hospitalaria subrogando facultades y cuidados que pertenecen al ámbito sanitario en exclusiva. Pero bien, vale, de acuerdo. Cogemos a la abuela y a la silla de ruedas.
El andador vendrá más tarde –siempre hay alguna ortopedia que te los ofrece intracentro ahorrándote
el visitar a otras empresas del sector, y por supuesto sin ánimo alevoso ni de horizonte benéfico-económico de tipo dirigido ¡Y ahora a casa! Y llegando ya te das cuenta de que la silla no entrará por la puerta –ni por la principal, ni por ninguna otra–. Sabes que tienes que ir a por otra silla de forma urgente. La suben en camilla.
Pero te das cuenta de que la abuela tendrá que salir otra vez para pasar el fin de semana con quien le toque. Hay otra opción, llevarte a toda la familia a su casa y celebrar cualquier cosa con tal de no moverla hasta que camine. Pero tienes críos y más abuelos y esa opción la descartas inmediatamente.
Una vez que estás en casa te vuelves a dar cuenta de que te han dado una lista de recomendaciones fisioterapéuticas para aplicar sobre la recién estrenada cadera de la abuela con el objetivo de que vuelva a deambular. Todo muy bien. Pero si la abuela no colabora como en este caso ¿qué haces? Ahí es cuando se te ocurre que este tipo de contingencias deberían estar contempladas y cumplimentadas mediante un servicio específico dentro o fuera –da igual– y cubierto por el sistema sanitario. Y se me ocurre que una ambulancia tendría que venir todos los días por ella, llevarla a rehabilitación y devolverla a casa. O al revés: que viniesen de forma casera, hiciesen su trabajo y hasta mañana. Y ante la vacuidad e inexistencia del hecho te acuerdas de la prevención terciaria y de lo lejos que está Estambul y de los servicios de promoción de la autonomía del paciente que tan exitosamente se nos vendió en no sé qué campaña electoral. También de que no sabes que hacer, ni a quien dirigirte ni como puñetas vas a hacer que la abuela camine. Y si no te puedes permitir un servicio privado contemplaras como cada miembro de la familia aplica su tópico, su estrategia y su técnica cuando en realidad es un profesional sanitario el que debería dirigir esta maniobra.
Así que o bien rebautizamos a la abuela con el nombre de Lázaro y en cuanto camine la mandamos a Benidorm con lo que reciba de la ayuda derivada de la Ley de Dependencia –y Autonomía del Paciente– que se solicitó va para casi dos años o le prometemos que de ponerse bien volverá a jugar con el Hércules. De portera.
❏
* Adrián Martínez
Médico y profesor de Salud Ambiental en
IES Canastell de San Vicente del Raspeig
…y los goles se los meten por la izquierda
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