ESTE colectivo y buena parte de él adolece de una atención que la administración denominó Ley de Dependencia, la cual sólo se ha puesto en la práctica tímidamente y pagando tarde y mal a quienes participaron en su despliegue, asistiendo a los ancianos que no pueden valerse por sí mismos en sus domicilios, siendo éste un servicio que ha quedado encallado por falta de recursos económicos que la crisis ha provocado al sistema y su sociedad.
Por esta causa, sus teóricos beneficiarios han quedado indefensos y solos en los últimos días de sus precarias vidas, ya que existen muchos de ellos que cobran unas pensiones de no más de 400 euros que sólo pueden cubrir escasamente parte del gasto normal que un ser humano necesita para vivir con algo de dignidad.
Sus familiares, si los tienen, viven sus vidas y con los problemas conocidos de la época, y no pueden y a veces ni quieren hacerse cargo del abuelo/la, por razones de una conflictiva relación pasada y de su actitud orgullosa en depender de quienes se supone que le quieren, por el mero hecho de ser un familiar próximo.
Al no haber ninguna posibilidad de ingresar en una residencia por falta de los fondos necesarios, estos ancianos están condenados a la soledad, mitigada en parte por las visitas que cubre la Seguridad Social, con un/una asistente social. Pero el problema no disminuye y la persona afectada por el problema también puede tener un aparato de la Cruz Roja que deberá llevar colgado permanentemente al cuello y que apretando un botón, la entidad recibe la señal para ir de inmediato a atender la urgencia frecuente por su precaria salud y avanzada edad.
Con todo, y teniendo estas mínimas atenciones del sistema, permanece la soledad y la falta de medios, hasta que un fatídico día no deseado, muere y en ocasiones son hallados sus restos al cabo del tiempo en su domicilio si el hedor alarma a sus vecinos. Ciertamente todo ello es muy crudo y macabro, pero esta crisis y la mala administración de los medios económicos del Gobierno y autonomías son corresponsables de que este olvidado sector no tenga la calidad de vida que merece porque no pudieron cotizar en su momento y ya no producen, convirtiéndose en un estorbo de la sociedad.
En las culturas asiáticas y alguna otra, veneran a los ancianos por su experiencia y fuente de sabiduría que sirve muy útilmente a las nuevas generaciones de sus culturas, y cuando ya han agotado sus capacidades y el cerebro no les da más de sí son respetados y cuidados hasta el fin de sus días. Aquí no es posible, porque incluso hay familias que, por vacaciones, abandonan a sus ancianos en urgencias de los hospitales, y gasolineras de las áreas de descanso de las autovías y autopistas.
Lluis Vinuesa Serrate
Fuente. Diario de Navarra
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