Autor: Eduard Punset 8 Agosto 2010
A partir de 1959 fui exiliado político en Ginebra y París un par de años y luego ocho en Londres, donde me ofrecieron trabajo, estudios y afecto. Hacía poco tiempo que Manolo López, abogado laboralista e hijo de panadero, le había recordado a Jorge Semprún –Federico Sánchez por el nombre que lo conocíamos entonces en la clandestinidad– que “Eduard seguía preocupado por su vida dedicada de lleno al Partido Comunista en Madrid, sin tiempo para prepararse académicamente para el futuro”. La respuesta lógica de Federico Sánchez fue decirle a Manolo López que “Eduard esperara unos tres años y luego podría estudiar en la universidad soviética que prefiriera”.
¡Manolo! ¡Si me pudieras oír, te diría que, en lugar de dedicar parte de mis días de verano en Londres a leer A pilgrimage to the dawn of life, de Richard Dawkins, he retrocedido cincuenta años en el tiempo leyendo tus Memorias!
Un amigo asturiano me hizo llegar un ejemplar de tu libro pocos días después de tu muerte. En tus recuerdos he descubierto pequeñas cosas que ya sabía: tus ocho años de cárcel u otros tantos míos de exilio, que no se justifican ni siquiera en un régimen totalitario, por haber echado cuatro octavillas en un partido de fútbol a favor de una supuesta huelga general pacífica o haber intentado organizar un pequeño y modesto homenaje a un científico republicano exiliado; no sólo no se justifican, sino que constituía una arbitrariedad descomunal cuando se piensa en las sesiones de tortura, incluidas las patadas y los golpes de tu cabeza contra la pared, que tan descarnadamente pero sin rencor describes en tus Memorias.
Represión policial en una manifestación a favor de las libertades en la Barcelona de 1976 (imagen: Manel Armengol).
En tus recuerdos, Manolo, he descubierto también pequeñas cosas que no sabía. Los que me conocen recuerdan que nunca dejé de preguntarme quién me llamó por teléfono a la pensión donde residía en Madrid, justo unos instantes antes de que cerrara la puerta, para asistir como miembro del Partido Comunista de España a una reunión del comité de coordinación universitario. Grandes palabras para pequeñas cosas.
El mensaje, no obstante, era bien claro: no vayas a la reunión porque está esperando la Policía en la tasca en la que habías quedado. Me dio tiempo a recoger el pasaporte y comprar un billete hasta Burdeos. Desde entonces nunca me he separado del pasaporte –entre risas y la sorna de amigos que tienen una concepción menos geológica del tiempo que la mía–.
En tus Memorias, Manolo, he identificado que aquella voz generosa, cumplidora del deber asumido, protectora de tus fieles y enamorada de los tuyos era la tuya. Gracias a aquella llamada pude evitar la tortura y la cárcel que en ti hicieron mella para siempre. Lo más insólito es no haberme dado cuenta hasta ahora del sufrimiento que inundaba el camino oscuro del alma que, gracias a tu llamada, algunos pudimos evitar.
Han sido tus memorias las que me regresaron a la realidad de entonces; la mía, como la de tantos otros, era una visión intelectual e imaginada de España: se hablaba de la dictadura, de la apertura del país al exterior, de la supuesta huelga nacional pacífica en la que nadie fuera de España creía. A lo largo de un itinerario por el resto del universo, que duró 20 años, se fueron desdibujando los detalles humanos de los años 50, la estampa de los emigrantes españoles que inundaban las estaciones de los ferrocarriles europeos a raíz del Plan de Estabilización, mientras se agigantaban las realidades características del resto del mundo entonces iluminado.
La realidad de aquel momento pude recuperarla gracias a tus recuerdos destilados en el soporte de tus Memorias. La realidad ulterior pude vivirla y disfrutarla gracias a tu, hasta ahora, misteriosa llamada. “Manolo, por favor, ¿cómo podría agradecerte aquella llamada?”.
Fuente: Blog Eduard Punset
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