Masacre en Gaza: otra vez Israel se
comporta como el matón del barrio
Hace dos años, cuando estábamos en Gaza, aplaudimos la lucidez y valentía del periodista israelí Gideon Levy, que en medio del fervor patriótico que genera toda guerra - ese momento en que las banderas y las palabras de odio obnubilan todo atisbo de sensatez y empatía hacia el sufrimiento ajeno -, criticó a Israel diciendo que se trataba “del matón del barrio”. Por eso, una de las primeras cosas que hicimos al cruzar el paso de Erez, fue ir a entrevistarlo en su casa de Tel Aviv.
Con esta frase intentaba resaltar cuán extremas, reaccionarias y desmedidas son las respuestas del Estado hebreo ante toda provocación. El secuestro del soldado Gilad Shalit por parte de un comando palestino en junio de 2006 provocó la operación Lluvia de verano, que terminó con la vida de 450 habitantes de Gaza en menos de dos meses, la mitad de los cuales fueron mujeres y niños.
Un patrón de comportamiento
Semanas más tarde, el secuestro de dos soldados por parte de Hezbolá, con la intención de usarlos para negociar la liberación de presos que llevaban décadas en cárceles israelíes (como ya había hecho en 2003 y como terminaría haciendo en 2007), impulsó otra brutal respuesta de Israel: la segunda guerra de Líbano, que a lo largo de 33 días redujo a escombros al territorio situado al sur del río Litani, que lo cubrió de más de un millón de bombas de racimo y que puso fin a la vida de más de mil civiles inocentes.
Hoy, en el periódico Haretz, Gideon Levy recupera esa imagen. Insiste en que Israel una vez más se comporta como el matón de la clase. No duda en hablar de "abuso" ante la disparidad de fuerzas en una acción que a su entender "cruza la línea roja de la humanidad, la moralidad, la ley internacional y la sabiduría".
Señala con sorpresa que el gobierno de Israel no aprende de las lecciones del pasado. Y que aunque en estos momentos todos aplauden la ofensiva contra Gaza, es muy probable que cuando remita el actual nivel de testosterona bélica salgan a flote nuevamente las críticas por la mala imagen que el país está proyectando al mundo, por los crímenes de guerra que se están cometiendo. En este sentido, recuerda con acierto la comisión Winograd (que juzgó duramente las acciones de Ehud Olmert en el Líbano).
Enfatiza, también con acierto, que los Kassam, con su escasa capacidad para generar víctimas, no pueden justificar una respuesta de estas dimensiones. Cree que se tendría que haber seguido negociando.
Y que los israelíes no entienden o no quieren ver el sufrimiento que el bloqueo ha provocado a los habitantes de Gaza, carentes de luz, medicamentos y comida desde el momento mismo en que los colonos abandonaron la franja en septiembre de 2005, ya que Israel controla sus fronteras (no en pocas ocasiones acompañamos a niños que intentaban salir sin éxito de la franja para ser operados en el extranjero, lo que ha provocado una silenciosa sucesión de muertes).
Por otra parte, sostiene que de esta clase de acción, Hezbolá y Hamás no hacen más que salir fortificadas, pues la unión nacionalista alrededor de los líderes ante una guerra se da también en el sentido inverso, no sólo en Israel.
El horror, el horror
Durante los meses que pasamos en este blog en Gaza en 2006, dando voz a las víctimas de los constantes ataques israelíes, el peor día del que fuimos testigo alcanzó la cifra de 32 muertos.
Imaginar lo que sucedió el pasado viernes en la franja de Gaza, mucho más pobre aún y desesperada que hace dos años, resulta desgarrador. Más de 220 fallecidos en poco más de 24 horas. Las madres llorando en el hospital Al Shifa, los niños muertos, los entierros realizados a toda prisa mientras siguen de fondo los bombardeos.
Las historias de dolor y pérdida, como las de Khader Al Magary , las niñas Okal o Juda Natur, elevadas a la enésima potencia. Si tomamos en cuenta el número de habitantes de la zona, millón y medio, comprenderemos la dimensión del horror que aún ahora están viviendo.
¿Por qué?
La pregunta que debemos hacernos es por qué Israel se sigue comportando como el “matón del barrio”. ¿Por qué se siente con derecho a hacer lo que ningún otro país hace en estos momentos? Imaginemos un comportamiento similar por parte cualquier Estado con menos preponderancia e influencia en los núcleos de poder. La reacción del mundo sería muy distinta.
Las razones por las que la sociedad israelí se siente legitimada a articular tamaña ola de destrucción escapan a nuestra capacidad de análisis. Pero sí podemos señalar que parte de la culpa es de la comunidad internacional.
Mirar hacia otra parte, emitir tibios comunicados de condena, juzgar con una doble vara de medir, ignorar los principios del Derecho Humanitario, anteponer los negocios a la justicia, permite que Israel continúe llevándose por delante la vida de inocentes sin el más mínimo resquemor. Actitud tolerante ante la barbarie de la que Europa, y por supuesto España, también son cómplices, por más que Zapatero se ponga la kufiya en un gesto simbólico pero carente de consecuencias útiles.
Sanciones contra Israel
Tampoco los análisis de prensa ayudan, pues ya sea por ignorancia o servilismo, no ven más allá de lo inmediato. Como señala otro brillante columnista judío, Daniel Levy, mencionar simplemente los Kassam, cuyo lanzamiento condenamos abiertamente, pero sin ver el padecer de un pueblo que lleva sufriendo 60 años de mentiras, de ocupación y de vejaciones, significa no entender, o no querer entender, lo que allí sucede.
Hablar de si Hamás reconoce o no a Israel, cuando Israel nunca ha aceptado el derecho de los palestinos a tener su propio Estado y la obligación que le exigen numerosas resoluciones de la ONU de terminar con la ocupación que comenzó en 1967, tampoco hace al centro de la cuestión.
Sólo algunas voces, como la de Maruja Torres, han dado en la diana al exigir lo que más que nunca parece impostergable: la imposición de sanciones políticas y económicas hasta que Israel no levante el bloqueo de Gaza y no comience de una vez por todas a desalojar a los colonos de Cisjordania y Jerusalén Oriental, que son la causa última del problema. Así como la negociación de una salida para los cuatro millones de palestinos que viven en campos de refugiados en el extranjero.
Sin real presión por parte del mundo, Israel parece que nunca dará estos pasos, pues a esta altura de la historia parece quedar claro que sea cual sea la estrategia de los líderes palestinos - que en ocasiones ha sido corrupta y mezquina -, el único actor con capacidad para poner fin a esta situación es el Estado hebreo.
Pero lo que resulta peor aún: seguirá sintiéndose impune y con derecho a arremangarse las mangas de su poderoso arsenal bélico y a comportarse una y otra vez como el matón del barrio, con la consecuente y brutal andanada de humillación, miseria y destrucción que esto siempre conlleva.
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