A veces ese trato injustificado e ilógico que se recibe de la crítica de los demás puede llegar a tal punto, que una persona acostumbrada a no callarse ni debajo del agua a la hora de manifestar sus particulares opiniones termine optando por el silencio ante la falta de comprensión o más bien la represión sistemática padecida que resulta interesada, insoportable y además innecesaria.
Pero estas situaciones no ocurren porque sí, si no que vienen a conformar una especie de terrorismo sutil y sibilino a que nos tienen acostumbrados las actuales democracias partidistas y estructuras sociales que nos envuelven, compuestas por sistemas jerarquizados, en los que el valor de la palabra depende del emisor y no de los contenidos.
¿Y qué es lo que hace al emisor más o menos válido para que una misma realidad pueda ser dicha por determinadas personas y mal interpretada o censurada cuando es idénticamente dicha por otras? Sencillamente el estar o no identificado dentro del núcleo de personas denominadas como una especie de riesgo o peligro para un determinado grupo. En definitiva el saberte verdaderamente libre, autodeterminado y no dogmatizado por el núcleo envolvente.
No son pocas las ocasiones que un político de renombre suelta una coz de padre y muy señor nuestro y esta no solo pasa desapercibida, sino que incluso es tomada como una gracieta para la que el susodicho o susodicha tiene plena licencia; sin embargo si la misma barbaridad es dicha bien por un ciudadano desconocido o al que se le ha adjudicado determinada inquina grupal que dios le perdone, porque de la brutal deshumanizada garra de la humanidad nadie vendrá a salvarle.
El sistema social y político que nos conforma como una supuesta sociedad democrática libre pensadora e independiente es muy posible que debido a dejación de unos y manipulación de otros nos tenga un tanto abducidos o emocionalmente secuestrados a la hora de querer ser nosotros mismos. Porque si bien es cierto que somos libres de ser como queramos ser, también es cierto que según como decidamos ser hemos de atenernos a consecuencias muy diferentes y desmesuradas unas de otras, dependiendo de nuestra procedencia, curriculum, linaje, diversidad cultural, de género, étnica , económica o funcional
No son pocas las ocasiones en que los ciudadanos luchamos contra la discriminación a capa y espada, y sin embargo, no somos del todo conscientes de lo terriblemente discriminadores que podemos llegar a ser nosotros mismos porque seguimos ahí en busca del eslabón perdido, el de la toma de conciencia de lo que significa la palabra discriminación y de en cuantos actos cotidianos llegamos a ejercerla o simplemente a permitirla, sin siquiera ser conscientes de que entre unos y otros y de una forma muy sutil, conformamos sociedades terroristas.
Y digo sociedades terroristas aun sabiendo que me voy a cargar nuevamente con el sanbenito de radical, que para nada me pega, porque no deja de ser un acto terrorista tan destructor o incluso más que la violencia armada, -que no pretendo justificar, pero ya se ancargarán algunos de entenderlo así-, el coartar la libertad de pensamiento y de desarrollo individual de los seres humanos, porque como especie dentro del reino animal somos la única que a nosotros mismos nos hemos reducido a la nada.
Es más me siento plenamente convencida de que sin sociedades manipuladas e inducidas a nuestros sistemas políticos les sería prácticamente imposible, sostener salvajadas tales como las que estamos viviendo actualmente entre judíos y palestinos, en la que la cobardía, la tergiversación política interesada y deshumanización de nuestros dirigentes políticos mundiales está una vez más quedando de manifiesto.
Los años y la experiencia me han venido enseñando que si se quiere ser libre se tiene que viajar o solo o muy poco acompañado por la vida, tan solo por un puñado de personas que piensan y sienten como tú, capaces de respetar plenamente tu forma de actuar y ante quienes te sientas capaz de entender a un mismo tiempo el por qué de sus formas también, para que de ese modo no se produzca injerencia alguna entre ambas. Porque son tal vez esas injerencias muchas veces innatas, las que dan pie y paso a la dominación de unos sobre otros creando así sutilmente todas las distintas corruptelas humanas con que podamos encontrarnos.
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