En la misma situación está la familia de Yassine Hamouch, un niño de cinco años que también reside en la Cañada, que también sufre una microcefalia que le impide caminar o comer solo y que, igual que Sara Bechri, se ha quedado sin transporte escolar para ir al colegio.
A las dos familias les confirmaron antes del verano que sus hijos estaban matriculados para este curso en el colegio Guadarrama, un centro de educación especial con 97 alumnos situado en Coslada, a unos 15 kilómetros de sus casas. Pero, tres meses después de que empezaran las clases, no sólo no van al colegio, sino que tampoco reciben la asistencia que tenían hasta ahora. Sara acudía dos tardes cada semana desde que nació a Aspadir, un centro concertado de atención temprana situado en Rivas Vaciamadrid. La nueva plaza escolar es incompatible con la del centro, confirman desde Aspadir.
Le dieron de baja, pero hubo algo que nadie miró: no existe una ruta de autobús escolar entre la Cañada y el colegio especial de Coslada. "La Consejería [de Educación] cometió un error al no cerciorarse de si había o no ruta porque normalmente no se dan plazas si no van acompañadas de un transporte público", asegura Juan Ramón Carcelén, director del colegio Guadarrama. "Esto no habría ocurrido si la Comunidad de Madrid hubiera construido el centro especial de Rivas que prometió hace tres años", critica Javier Martínez, director del equipo de atención temprana que preparó los diagnósticos de los dos niños y reclamó un centro escolar para ellos.
La familia de Sara recibió la llamada una semana antes de empezar las clases. Hafida Ghomri, que tiene otras dos hijas de seis y dos años, se quedó con la niña en casa, sin un centro ni el otro. Y aquí está ahora, en su vivienda. Con la pequeña resbalándose en su sillita y las otras dos escondidas detrás de ella en el sofá.
"No podemos habilitar una ruta si no hay un mínimo de cinco niños por recorrido", confirma el viceconsejero de Organización Educativa, Jesús Valverde. La consejería prevé una segunda opción: una beca de movilidad para que las familias contraten un taxi adaptado que lleve a los dos niños de sus casas al centro. La solución no es exactamente igual. "Hay dos inconvenientes: un adulto debe acompañar a los menores y, además, las familias tienen que adelantar unos 6.000 euros anuales mientras llega la subvención que no lo cubre todo", explica el director del colegio Guadarrama. En casa de Sara sólo entra el sueldo de carpintero de su padre. En la de Yassine, tres cuartas de lo mismo. Lo que gana el padre como albañil en una mala racha para la construcción. Ambas familias aseguran que no pueden adelantar un dinero que no volverán a ver, en caso de que les concedan la subvención, hasta la primavera que viene. Educación ni entra ni sale en ese asunto. No pueden adelantar las becas, asegura Valverde.
Y luego está lo del acompañante, un requisito más que no se exige a las familias que sí tienen sitio en el autobús, asistido por un monitor que acompaña a los niños. Hafida, con su hija menor en los brazos, explica que no puede llevar al cole a Sara todas las mañanas. "¿Con quién dejo a la pequeña? Ni siquiera podría llevarla con nosotras porque no cabe en el coche adaptado".
Han pasado tres meses y los niños siguen igual. "Sara necesita mantenimiento de fisioterapia, no sólo para que su situación mejore sino para que no empeore", confirma Mercedes Aguayo, coordinadora técnica de atención temprana de Aspadir. "Este tiempo sin asistencia es perjudicial para ellos, no reciben tratamiento de fisioterapia ni logopedia", añade Carcelén, que explica que en el Guadarrama les atenderían maestros, psicólogos, logopedas, enfermeras, médicos... De momento sus plazas siguen reservadas, aunque no por mucho tiempo. "Tenemos en espera chicos de otros municipios que sí disponen de ruta y que también necesitan ayuda", concluye el director del colegio.
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