Conozco, muchos de nosotros conocemos, este discurso del pretender desde que tenemos uso de razón y mientras tanto sufrimos lo opuesto de lo pretendido, lo inconcebible dentro de lo racional, lo discriminatorio desde lo inclusivo, lo salvaje y brutal que se contempla al sentirse un ciudadano secuestrado por el conjunto de normas y palabras que le atribuye el sistema en el que se halla inmerso y al que ni siquiera puede atreverse a acusar porque ya optó por tomar las medidas legales para que así fuera.
Estos colectivos nuestros se han ido poco a poco conformando por grandes tecnócratas, prestidigitares de la palabra y su continua transformación como estrategia fundamental para que a lo largo del tiempo todos y cada uno de nosotros vayamos pensando que las cosas cambian para así poder mantenerlas, - y cómo no -, maniatarlas como nutriente inagotable de intereses de terceros.
Esa vanguardística legislación de la que tanto presumimos unos y otros de poco habrá de servirnos si seguimos acompañándola de adjetivaciones como propulsión, desarrollo, voluntad, diálogo con interlocutores válidos… y nunca, las subrayamos como "de obligado cumplimiento".
La falta de propulsión, desarrollo o voluntad en el cumplimiento de esas leyes, resulta que a muchos de nosotros nos recuerda cada día que somos una especie de pseudociudadanos segmentados y discriminados en la sociedad porque se hubo de camuflar o sacrificar nuestro presupuesto en eliminación de barreras, en apoyos técnicos, en educación, en empleo, etc, una vez más y aun contemplándolo la Ley, porque las leyes y muy particularmente las nuestras, siguen en la práctica sin ser, o al menos en convertirse en leyes de obligado cumplimiento, gracias especialmente a esos mercaderes que tanto gustan a nuestros gobiernos.
Vanguardía sí, pero por favor, -y ya lo pido implorando quizás porque me pudo ese “secuestro”-, vanguardia sin trapicheos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario