El sentido de la autocrítica y de la crítica colectiva suele ser en la mayoría de ocasiones muy necesario para continuar en el proceso del desarrollo humano. Pero en la mayoría de las ocasiones también, se produce un estancamiento, de mano de la cultura, la opresión social, el mandato sistematizado que nos lleva unas veces a la resignación y otras al silencio, cuando hemos percibido en otros que por su acción o pretensión de transformación y transparencia acabaron siendo defenestrados, por lo que ante el temor al dolor acabamos limitando en demasía ese sentido autocrítico y especialmente de crítica colectiva por cuanto de incomprensión social colectiva encierra.
En la antigüedad se mandaba matar a los mensajeros cuando eran portadores de malas noticias, porque se creía que matando al portador del mensaje se encubría o purificaba el dolor que provocaba la noticia recibida. Hoy se sigue en cierta medida matando al mensajero cuando se trata de alguien capaz de opinar y defender una serie de valores o ideales que no alcanzan a estar a la altura de los valores estandarizados de la masa social manipulada por el sistema establecido.
Aquellas brujas de la inquisitorial edad media que fueron quemadas en la hoguera haciendo creer al pueblo que estaban poseídas por el demonio, no eran más que sabias mujeres experimentadas, por tanto clarividentes que fueron capaces de observar, opinar, dirimir y predecir unos comportamiento sociales engañosos y autoritarios con los que no comulgaban, procedentes del poder religioso y político de la época. Fueron grandes mujeres capaces de auto conocerse, autocriticarse e interiorizarse en profundidad hasta el punto de haber comprendido el concepto de la igualdad, por lo tanto rebelarse y desde ese momento se volvieron desiguales, no sin antes haber portado sobre sus espaldas duras, valientes y férreas experiencias de vida.
Un gran problema al que se enfrenta el hombre actual es el de la delegación de sus propias responsabilidades en las que se incluye la de opinar por uno mismo en contra de los criterios establecidos convirtiéndose con ello en sujetos adocenados e inconscientemente tiranizantes de aquellos que por encima de todo optaron por no hacer delegación de sus responsabilidades.
Por lo que la rueda gira y gira, y solo pretendiendo matar al mensajero, se pretende acabar con el mensaje.
Mª Ángeles Sierra.
2 comentarios:
Leer tu artículo me ha traído esto a la mente y quería compartirlo, cuánta razón tienes.
“¡Oh, qué harto me tienen esos fabulistas! En vez de escribir algo útil, grato, consolador, hurgan en la tierra y extraen su más íntimo trasfondo… ¡Con qué placer les prohibiría escribir! ¿Qué consiguen así? Uno lee… y sin querer se queda pensando y se le va metiendo en la cabeza toda una sarta de majaderías. De verdad lo digo: yo les prohibiría escribir: sí, sí, ¡se lo prohibiría en absoluto!”
PRÍNCIPE. V. F. ODÓIEVSKI
El fragmento citado corresponde a una novela de Dostoievski titulada Pobres gentes.
Dostoievski ironiza al iniciar su obra con esta cita, puesto que él, el autor de los más desfavorecidos, el que ha escrito sobre los más débiles, el que vivió el exilio en su propio cuerpo, se dedicó en su literatura a “hurgar en la tierra y extraer su más íntimo trasfondo…” Es pues uno de esos fabulistas a los que habría que prohibir escribir.
Brillante texto, absolutamente lúcido.
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