Por Mª Ángeles Sierra
No conozco a Silvia, pero puedo a través de las conversaciones que he venido manteniendo con su padre imaginarme gran parte de su perfil, de sus rasgos sociales y humanos. Tampoco soy psicóloga, ni gurú, ni meiga, solo soy una ciudadana capaz de opinar y discernir partiendo de lo que veo y de lo que me cuentan.
Podría no preocuparme por Silvia, porque a fin de cuentas no existe un vínculo ni familiar ni social que me una a ella, sin embargo me preocupa y cada vez en mayor medida, porque el tiempo pasa y Silvia se hace mayor en medio de la desidia y la burla social, profesional, administrativa y política.
Silvia era una niña alegre, divertida, enérgica, entusiasta y dinámica a sus seis años, como cualquier niño lo es a esa edad siempre que el miedo, la burla y el rechazo no le transformen e invadan, como a ella le fue poco a poco sucediendo a cuenta de un entorno escolar indeseable además de prohibido, legislado y regulado para que este tipo de situaciones no lleguen al menos a producirse y si así fuera puedan cuanto antes erradicarse.
Pero de poco sirven estas legislaciones y estas presuntas regulaciones acordes supuestamente con la Convención Internacional sobre los derechos del Niño, y sus artículos 23, 27 ,28 o 29, por citar algunos, de los muchos que con Silvia se vulneran, cuando para enmascarar su cumplimiento, la víctima se convierte en cebo.
A partir de los 6 años un niño de crueles actitudes, posiblemente reflejo de la crueldad social y permisividad inyectada por su entorno, comenzó a encontrar en Silvia y sus peculiares rasgos infantiles tanto físicos como humanos, una herramienta para convertirse en el centro de atención de sus compañeros y en sujeto de poder dentro del núcleo escolar, ejerciendo el terror sobre ella. Un terror que lejos de reprimirse y transformarse en enseñanza y solidaridad a través de los responsables educativos escolares, acabó degenerando además de en la permisividad en la culpabilización de la víctima, es decir, de Silvia; lo que la llevó a convertirse con el transcurso del tiempo y la concatenación de situaciones de agresión socializada contra la que nada podía hacer en una niña asustadiza, atormentada y depresiva, hasta el punto de confesar en una de sus crisis que obligó a su padre a tener que llevarla a los servicios sanitarios que prefería la muerte antes que la vuelta al colegio por el nivel de inseguridad, desprotección y terror que la escuela la evocaba.
Alertado Manuel, su padre, exigió como es de esperar de cualquier padre responsable, acciones inmediatas, informes y depuración de responsabilidades ante la inconcebible realidad de que el lugar en el que todo padre deposita la confianza de encomendar a su hija para su educación, socialización e instrucción académica, se hubiese convertido en su caso, en el motivo de la lamentable situación psicológica y emocional en que su hija se encontraba, lo que acabaría derivando en una nueva y continuada agresión socializada dirigida hacia el padre por defender a su hija.
Maestros, directores escolares, trabajadores sociales, otros padres, pedagogos, psicólogos, director general, consejeras de educación y servicios sociales, autoridades municipales, ONGs, medios de comunicación, políticos, diferentes grupos de calado social, supuestos protectores de menores y hasta el mismísimo Presidente de la Comunidad autónoma de Extremadura,- que tanta concordia nos vende-, en un afán de cínico enmascaramiento y no sabiendo como lavarse las manos, ante la evidencia de tener que admitir que juntos conformamos una hipócrita, cruel y salvaje sociedad desinteresada en lo más profundo por el bien común, han optado a su vez, también por culpabilizarle.
Mientras tanto Silvia crece en soledad, aislada de la sociedad que la ha impuesto la exclusión. Una sociedad posiblemente acechante para volver a culpabilizarla una vez más por algo de lo que ella no es culpable sino víctima, por temor a que se descubra en cada hostigamiento, en cada complicidad, en cada silencio, en cada consentimiento: la inferioridad, el odio, la traición y la venganza que encumbran a una sociedad-estado estéril, nociva, suicida e inmadura.
Silvia y la sociedad me preocupan.
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