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Si no salvo mis ideales, no me salvo a mi.







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La realidad venció a la ilusión

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nueva Ley de Dependencia

La realidad venció a la ilusión

26.07.10 - 01:04 -

ANA SANTIAGO |

Lola Barahona solo dispone de 200 euros al mes para alimentación, asistenta y el resto de sus gastos

Una minusválida pierde prestaciones al someterse a la nueva Ley de Dependencia

Discapacitada severa por una parálisis cerebral que dejó su cuerpo sujeto a una silla de ruedas y sus movimientos gravemente limitados, aunque su mente despierta, Dolores Barahona había acomodado sus días a la necesidad, a las limitaciones y a la supervivencia. Dos pensiones y el acceso a algunos Servicios Sociales tradicionales le ayudaban a sumar horas, sin conocer lo que era un capricho. Entregada a sus gatos, a la pintura y a la lectura, cumplía con su paso por el mundo.

Hubiera continuado así, sobreviviendo; pero la Ley de Dependencia llenó sus días de esperanza, como los de otros miles de discapacitados, mayores o afectados por los más variados problemas sensoriales o físicos -más de doce mil vallisoletanos tienen reconocido su derecho a prestaciones conforme a esta normativa-; devoraba las publicaciones que detallaban los derechos que, por fin, eran reconocidos, básicamente los de vivir dignamente, y recorrió despachos hasta informarse y cumplir con los requisitos y papeleos de solicitud y reconocimiento.

El primer golpe a su esperanza se lo dio el retraso. La lentitud en la aplicación de la ley, sobre todo en sus comienzos, constituyó la gran decepción para quienes, ajenos a los intereses políticos y a las dificultades de desarrollo de la normativa, esperaban cuidados por sus discapacidades.

Lola seguía a la espera desde su silla de ruedas eléctrica con la que recorre a diario el barrio de Arturo Eyries. Sus vecinos y amigos se volcaban con ella y, entonces, pedía en la calle limosna para compensar carencias. Su historia llegó a estas páginas una Navidad de hace dos año, y al menos durante aquellas fiestas pudo disfrutar de un colchón nuevo, comida y dulces navideños, televisión... de quienes compensaron con generosidad su abandono y necesidadades. Después, volvió a sus días de espera.

Huérfana -su madre murió en 1975 y su padre, en 1989- y con solo unos primos en Marsella como familia, Lola, que ahora tiene 65 años, logró el reconocimiento de su situación de dependiente en Grado III, el más severo, el 11 de mayo de 2007. Hasta entonces, la cuidaba una mujer, aunque sin Seguridad Social, por lo que su primera idea fue aprovechar la Ley de Dependencia para regularizar tal situación y que la misma persona se ocupara, como hacía desde hace años, de atenderla, bañarla, vestirla...; pero optar por la ayuda económica para un asistente personal no era posible porque quien la cuidaba no cumplía los requisitos legales y solicitó un cambio de prestaciones. Mientrras tanto su vivienda fue acondicionada para recibir el servicio de teleasistencia y la prestación económica de cuidados en el entorno familiar que la Junta le reconoció tras subsanar las deficiencias de su hogar, y de ello disfruta en la actualidad. Sin embargo, aunque conservó la teleasistencia, Lola ha perdido el servicio de 'catering' del Ayuntamiento de Valladolid y el de ayuda a domicilio, que le permitía resolver la limpieza de su casa. Un problema de incompatibilidades. Y ahora está «peor que antes». El importe que recibe por la prestación de dependencia (desde enero de 2010 es de 207,34 euros mensuales) está vinculado a las pensiones por orfandad que recibe, que suman 12.817 euros anuales.

«Vuelvo a estar mal»

Su presupuesto se ha reducido porque antes, con la ayuda de los Servicios Sociales tradicionales y sus pensiones, podía pagar a su cuidadora 650 euros mensuales y cubría los gastos de limpieza y la comida con el 'catering'. Aambos los ha perdido y debe costearlos. Con los cambios de prestaciones, la Ley de Dependencia le deja 200 euros libres, que le deben dar para comer, limpiar y vivir, es decir, su ropa, sus aficiones, sus impuestos, su vida... «Y no me llega -asegura- otra vez vuelvo a estar ma»; pero no he vuelto pedir limosna». La Iglesia y los vecinos le proporcionan alimentos y ropa, «lo que pueden». «Pero ni puedo comprarme una lavadora, que cualquier día casca la que tengo porque está muy vieja, ni puedo encontrar un lugar donde estar unos días para dar unas vacaciones a la persona que me cuida, que lleva años, años, sin descansar unos días», explica Lola.

La realidad finalmente se impuso a sus esperanzas, bien por la rigidez de las normas o por los intereses de quienes las aplican, el cambio de prestaciones le ha sido desfavorable. El PSOE defiende que es una rigidez interpretativa y no la Ley de Dependencia la que falla en estos casos. El asunto es que esta dependiente se levanta cada día sobre la misma silla de ruedas, las mismas dificultades, el mismo desencanto.

Siempre sonriente

Una parálisis cerebral neonatal con retraso psicomotor y trastorno de ansiedad son parte de su informe de salud para la prestación social. Y los días pasan y esta mujer siempre sonriente pese a las muchas veces que la vida le ha dado la espalda disfruta de cada día. No hay año que no viaje a Lourdes, y no porque espere milagro alguno sobre sus piernas quietas, sus manos llenas de dificultades, su cuerpo dormido, sino porque su mente fuerte, rápida, lista, resuelve que nada mejor que un viaje para distraerse, disfrutar y compartir. También va a visitar a sus amigos en la residencia de la Junta en la carretera de Rueda, a clases de informática... y, luego, a casa a pintar un buen rato.

«Quiero hacer una exposición, voy a ir al Ayuntamiento a solicitarlo, a ver si puedo». La televisión y los «paseos hasta la Plaza Mayor cuando más me arriesgo», completan su rutina. También le encanta leer: «Todo lo que me dejan, todo lo que no sea estúpido, claro...», asegura. Sobre necesidades, responde rápido «tantas cosas necesito... la lavadora, un ordenador y una impresora, lo que tengo es de segunda mano y hace un ruido que me pone nerviosa».

«Si pudiera andar -reflexiona- prendería el mundo por los cuatro costados, pero no puedo». Y esta impotencia la cambia, rápido, sin quejarse, por supervivencia.

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