El Grupo Alegría acoge a los minusválidos psíquicos en situaciones precarias
| VALLADOLID
Charo Zarzuela, junto a algunos de las personas con minusvalía psíquica en un taller de pintura y decoración de cajas del Grupo Alegría./ CARLOS MATEO GARCÍA
El centro vive sólo de una ayuda de la Junta de 22.000 euros al año
La mayoría son personas sin recursos y expulsadas de otros centros
El incumplimiento de la normativa vigente amenaza de cierre a la asociación
Cuando la normativa choca con la realidad, las necesidades de seres humanos no encuentran acomodo en la legislación vigente y las administraciones son incapaces de encontrar el camino aparecen esas personas con otra clase de alma, dispuestas a esa entrega que ya está en desuso. Charo Zarzuela es uno de esos seres especiales, de lo que hay muy pocos y además son criticados, de los que no miran hacia otro lado, de los que incansablemente buscan respuestas, de los que chocan cada día con la burocracia y la hipocresía social.
Charo, con la ayuda de Mónica, ha convertido las dependencias que el Ayuntamiento de Valladolid les deja desde hace 20 años en el viejo colegio Natividad Álvarez Chacón, en San Pedro Regalado, en un hogar para los que finalmente la vida no ha encontrado otro sitio. Discapacitados psíquicos con diferentes niveles de comprensión intelectual, la mayoría de familias sin recursos y muchos expulsados de otros centros y talleres especializados en este tipo de minusvalías han encontrado allí su rincón de sosiego, aprendizaje y utilidad, sobre todo un lugar para el cariño donde los colores vivos, la luz natural, la paciencia y el entendimiento los reciben cada mañana, o cada tarde.
Entre veinte y treinta personas, desde los 20 a los 50 años, acuden al centro que ha estirado el concepto de asociación para convertirse en centro de día.
El Grupo Alegría -el nombre se lo puso Alejandro, el hijo de Charo, cuando tenía sólo siete años porque esta palabra resumía, él estaba convencido, todo lo que su madre quería para los otros chicos- cumple ahora 20 años y celebrará su cumpleaños como lo ha hecho siempre, al margen de esa correcta sociedad donde se cumplen requisitos largamente establecidos por los responsables políticos, garantías sin duda para empleados y usuarios. Charo y sus chicos intentan amoldarse a la normativa de accesibilidad y garantías sanitarias pero un extraño juego administrativo lo dificulta. «No son capaces de dar las curvas necesarias, sólo conocen el camino recto, para llegar al mismo punto», aclara Charo. Para poder acceder a subvenciones de alguna obra social de alguna entidad bancaria y adaptar el inmueble a la normativa de accesibilidad e incendios o para que la ONCE, algo para lo que ya ha mostrado su disposición, pueda montarles el ascensor que salve la enorme escalinata, en especial a los que van en silla de ruedas o tienen problemas de movilidad, hace falta que el Ayuntamiento les ceda el local; de no ser así «nadie invierte en algo que puede desaparecer», destaca. Para que el Consistorio les ceda los locales, la Junta tiene que dar el visto bueno, y para que la Administración autonómica dé luz verde hace falta que cumpla la normativa. «Es la pescadilla que se muerde la cola y de ahí no salimos, sólo pido que me lo cedan y me den un plazo, unos meses para hacer la obra de adaptación», destaca Charo. «Sé que esto se ilegal, sé que puedo buscarme un lío... pero no puedo dejarlos». Y no puede, «no porque sean míos, muchos han pasado por aquí, se han adaptado, han cogido un hábito de trabajo y luego han encajado bien en otros centros y se han ido», sino porque, otros muchos, ya han sido expulsados por difíciles o agresivos de otros centros, hay casos en que sus familias no están dispuestas a que se vayan del entorno y aseguran que «si no están con 'la Charo', vuelven a casa». Y volver, es volver. No tener agua para lavarse, nadie que los cuide porque no están en casa, falta de higiene, movilidad y alimentación... imposible que aprendan a leer, a reciclar papel, a decorar cajas o a cuidar pájaros.
Muchos comen de los contenedores, casi todos viven de la venta de ropa de segunda mano o del robo, o de lo que pueden... Y la asociación, que sólo recibe una subvención de la Junta de 22.000 euros, vive bajo la continua amenaza del cierre, embargos pagados a última hora, sin teléfono o internet y subiendo a cuestas la silla de ruedas y su ocupante por unas enormes escaleras hasta el piso que les da la vida. Ellos lo tienen claro: «no queremos irnos», «esto es todo cuanto tengo» o «no quiero marchar de vacaciones, quiero seguir aquí» y mientras Charo habla y explica sus dificultades, se le acurruca en el regazo alguno en busca de caricias.
El centro mejoró hace años con un programa de tres meses del Fondo Social Europeo, «arreglamos cuartos de baño, pusimos ducha, cocina para dar de comer con el 'catering'; pero la ayuda se fue, y muchas asociaciones cerraron. El Grupo Alegría siguió, y Charo hacía la comida, y se lo prohibieron por incumplir normativa, y se los llevaba a comer a su casa, y se lo prohibieron, y sólo les daba bocadillos y se lo prohibieron... Ahora para que algunos tengan algo que los mantenga los saca fuera del centro a comer o introduce en los talleres el aprender a cortar pan y untar mermelada como una actividad.
«No nos conocen, nadie en estos años ha venido a ver lo que hacemos, cómo trabajamos y no logro que nos reunamos todas las partes -Junta Ayuntamiento y Grupo Alegría- para dar una solución conjunta a esto».
Mujeres maltratadas, víctimas de abusos, personas abandonadas a su suerte en un hogar sin medios... llegan a la puerta de esta sevillana del Puerto de Santa María, de 59 años, casada y con tres hijos -médico, informático y estudiante de enfermería- que comparten y apoyan el altruismo de una mujer que ya en su tierra natal, desde el mar que también lleva en los ojos, ha dedicado su vida a los demás en parroquias, en diferentes centros... no puede evitarlo, «es su vida» y, desde luego, Charo hace falta.
Esta andaluza a la que se le humedecen los ojos cuando explica que vive «con el miedo» de que cualquier día cierren el centro, recogió en la calle a la mayoría de los discapacitados, fue casa por casa en Barrio España y San Pedro Regalado, ninguna puerta le cerraron. «Hay muchos casos que Servicios Sociales los ha dejado por imposible, yo no me niego a que se encarguen de ellos, es más muchas veces les denuncio situaciones pero están desbordados con falta de personal y no llegan a todos los casos».
De la Ley de Dependencia no quiere ni hablar, la rechaza con un gesto porque «han pedido ayudas, hace meses o años, y ya los ves, sin nada». Parece difícil creer que un hogar para los hijos del desahucio, con un persona que sólo quiere, y lo hace, ayudar, no encuentre amparo legal ni ayuda social, benefactores «de un par de euros».
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