Lluvia fina
JUAN R. GIL
Fue José María Aznar el que incorporó hace ya muchos años el chirimiri a la teoría política. Alertaba el ex presidente del Gobierno sobre el desprecio que los dirigentes políticos sienten muchas veces hacia las pequeñas y no tan pequeñas contrariedades que la práctica diaria va acumulando sobre su ejercicio del poder. Desprecio que les lleva a no combatirlas ni valorarlas en conjunto hasta el día en que, de repente, se descubren vencidos por ellas. Aznar utilizaba el símil de la lluvia fina: apenas reparas en ella, ni siquiera te molesta mientras cae... hasta que de pronto te ves empapado hasta los huesos e incapaz, del peso que arrastras, de andar ni un paso más.
El PP ha abierto el curso político recurriendo a una extraña mezcla de prepotencia y victimismo: alardeando al mismo tiempo de ser el más grande y el más perseguido, jugando una vez más a ser gobierno y oposición, una baza que hasta aquí le ha sido enormemente rentable. No pudiendo contar con las habilidades de El Bigotes para la organización de actos de masas, el autohomenaje que los populares se dieron el viernes por la noche en la plaza de toros de Valencia quedó lejos, en aforo y en prestancia, de los macroconvites a que ese partido nos tiene acostumbrados cuando pone la maquinaria a trabajar, pero aún así cumplió el propósito de enardecer a los fieles, apretar las filas y lanzar el mensaje de que si aquí alguien tiene que esconderse es el PSOE: ni Rajoy, ni Camps ni el PP tienen nada de que arrepentirse ni, por supuesto, le deben explicación alguna a la ciudadanía.
Las encuestas que se manejan seguirán, sin duda, dándoles la razón. El colchón de votos que los populares poseen es tan mullido que, a pesar de los errores que vienen acumulando, da de sobra para continuar cubriendo las espaldas de sus dirigentes. Pero, más importante aún que eso, lo que tienen enfrente es un rival incapaz de aguantar dos asaltos seguidos, que se retira al rincón en cuanto Camps les enseña un poco los dientes y que sigue sin encontrar ni su ruta ni su esencia: baste ver que, a estas alturas de la contienda, los socialistas andan todavía decidiendo cómo quieren llamarse cuando sean mayores y hay días que, viendo por ejemplo su actuación en Benidorm, parecen más interesados en desgastar a su secretario general que en darle la batalla de las ideas y los proyectos a la derecha, de lo que sólo cabe deducir que es que no tienen. Ni ideas ni proyecto.
Así que el PP, después de haber sufrido en los últimos meses la crisis más grave de cuantas ha padecido desde que arrebató el poder en esta Comunidad a los socialistas, hace casi tres lustros, la única en la que de verdad se ha visto en riesgo de desmoronarse, ha vuelto de las vacaciones sobreexcitado y dispuesto a mostrar, en el tercer año de la segunda legislatura de Camps, su vertiente más agresiva. Pero el problema es que el "caso Gürtel" ha existido y, sin necesidad de recordar que aún no está cerrado porque todavía tiene el Supremo que decir su última palabra, lo cierto es que ha dejado grandes costurones en la que se suponía piel de elefante de los populares. Costurones que quizá se disimulen, pero no desaparecen por muchas proclamas triunfalistas y muchas arengas que se prodiguen, ya sea desde el Palau o desde el ruedo.
Con todo, lo peor es que no es sólo Gürtel. La lluvia fina de Aznar hace tiempo ya que está cayendo sobre la dirección popular. En Alicante, media provincia pelea contra la otra media paralizando un buen número de ayuntamientos de capital importancia. La Generalitat y la Diputación viven de espaldas, frustrando planes e inversiones más necesarios que nunca en medio de la grave recesión que soportamos. En Valencia, el crédito del Consell, y con él el del PP, entre los grandes agentes sociales se ha reducido notablemente. Y el resumen gráfico de todo ello es la lampedusiana remodelación del Gobierno autonómico que a finales de agosto ejecutó el president: si se cambia un gobierno es que se reconoce que algo en él falla; luego no es posible que nadie entre y nadie salga. Cuando eso ocurre es sinónimo de bloqueo. Camps, que ni siquiera ha sido capaz de encontrar en Alicante alguien que cubriera la vacante que dejaba el difunto José Ramón García Antón, más parece haber hecho una vendetta que una remodelación: el único interés que han despertado los "bailes" de cartera en el Ejecutivo, y al seguimiento hecho por los medios de comunicación me remito, ha sido el de medir hasta dónde llega el castigo a su otrora hombre de confianza, Vicente Rambla, y hasta dónde suma a la chita callando atribuciones Gerardo Camps, que de no ser por su peculiar forma de desenvolverse en el día a día ya llevaría colgando en el pecho la medallita de delfín.
Así que, tras el fallo del TSJ, el president ha vuelto a levantar la voz, pero lo cierto es que sigue parado mientras sobre su partido cae la lluvia fina de Aznar, la que cala hasta los huesos sin que uno se dé cuenta. ¿Que eso son cuentos para viejas? Puede ser. Pero si en 1991, cuando el PSPV obtuvo mayoría absoluta y enfrente no tenía más que un partido dirigido desde los despachos de un periódico, a Lerma le llegan a decir que apenas cuatro años después iba a tener que hacer las maletas seguro que se habría reído. Igual, igual, que Camps se ríe ahora.
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