OPINIÓN
El caso Gürtel: tres vicios
españoles
Antoni Puigverd | 28/09/2009 | Actualizada a las 03:31h | Política
Si en Catalunya abunda el barullo, en el resto de España no quieren ser menos. La nueva ley del aborto avanza contra viento y marea al margen de los padres; las hijas góticas del presidente Zapatero saltan al ruedo ibérico; la crisis económica galopa como el viento caminito del colapso, mientras el Gobierno castiga el consumo y penaliza el ahorro.
Por si fuera poco, el presidente valenciano Camps se aleja de la comedia y se acerca a la tragedia. Una cosa son los trajes y los bigotes y otra muy distinta la financiación ilegal y el dinero negro. De la gravedad del caso da la medida la estruendosa respuesta del PP, que parece inspirada en las teorías de Cruyff: la mejor defensa es un buen ataque. Por tierra, mar y aire han bombardeado este fin de semana al ministro Rubalcaba. La nueva batalla ya levanta una enorme polvareda. Tenemos polvo para rato: un smog denso y venenoso.
Negada, por mezquindad partidista, la única batalla que valdría la pena plantear (la guerra sin cuartel contra la crisis, que exigiría unidad y amplitud de miras), los partidos se regodean en el fango, abandonando los sectores sociales a los que teóricamente representan. Estas no son batallas políticas: pues en ellas no se dirimen intereses sociales o estrategias nacionales.
Son batallas de políticos. Nuestros partidos, imprescindibles instrumentos de la democracia, han sido definitivamente secuestrados por los aparatos. No son gente especialmente perversa. Si usted estuviera allí, tendría que ser un santo para no ceder a la lógica organizativa.
Ya el estallido de la crisis financiera internacional evidenció que tal problema también afecta a las grandes corporaciones económicas: secuestradas por unos ejecutivos que anteponen su interés a corto plazo y sus redes gremiales a cualquier otro argumento. Primas, blindajes y productos tóxicos han convertido (¡siguen convirtiendo!) a muchos altos ejecutivos en multimillonarios, aunque sus prácticas arruinen a las empresas o provoquen una crisis global. Algo parecido ha sucedido con el caso Millet. Incluso las bienintencionadas ONG sufren escándalos de corrupción. Un problema común, una enfermedad de la gestión, afecta a instituciones, empresas y partidos.
A mi entender, este problema común es la entropía. Abarcar la infinita complejidad de nuestro tiempo conduce a las empresas a crecer y a complicar sus estructuras de manera kafkiana. La información constante e indigerible, la ambición de globalidad y el fetichismo de la novedad tecnológica transforman las organizaciones actuales en un monstruoso laberinto. Los altos ejecutivos son difícilmente auditables o controlables en este laberinto. Las buenas o malas prácticas dependen, por lo tanto, de la ética personal de cada ejecutivo. Son humanos, es decir, corruptibles. Políticos, gestores o ejecutivos tienen galones de capitán, pero pueden actuar tranquilamente como el mejor pirata.
Regresemos a la polvareda que levanta la acusación de financiación ilegal del PP valenciano. Decíamos que será duradera y venenosa. Porque puede contribuir a decantar el pulso que desde hace años mantienen Zapatero y Rajoy. Meses después de que el presidente del Gobierno se llevara el gato al agua por segunda vez, ya estaba ahogándose por culpa de la crisis. Últimamente, castigado por su principal aliado mediático, parecía haber perdido Zapatero no solamente el norte, sino también la flor de su buena suerte. Pero, por alguna razón, Rajoy nunca consigue alzar el vuelo, nunca acaba de estar en condiciones de aprovechar la debilidad de su rival.
Uno de los dos está jugando esta vez con fuego. Si la acusación se ha fabricado para perjudicar al PP, como sostienen los dirigentes de este partido, la crisis de Estado será inevitable: Rubalcaba habría falsificado pruebas utilizando, para fines espurios, la policía del Estado. Pero si las acusaciones son ciertas, la clase dirigente política de Valencia se encontraría en verdadero riesgo funeral. Si las acusaciones están fundadas y la policía aporta verdaderas pruebas, sólo un defecto de forma, como sucedió con el caso Naseiro, podrá librar al PP valenciano de la condena por financiación ilegal. De nuevo, entonces, la tragedia se transformaría en farsa.
El caso Gürtel gana intensidad y pone en juego tres vicios clásicos de nuestra cultura católica. Se acusa al PP de hipocresía: de practicar en la intimidad aquello que condena en público. El PP sostiene en cambio que Rubalcaba actúa como un tenebroso inquisidor. Y, si todo acaba en agua de borrajas, triunfará de nuevo este cinismo instintivo, tan nuestro, tan mediterráneo, que el romano Cicerón definió retratando a Catilina: "¡Cómo enloquecerás de placer, cuando entre tus partidarios no encuentres un solo hombre de bien!".
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