El Maestro Dióscoro Galindo, fusilado y enterrado en Lorca nació en Cuguñuela.
En la partida de nacimiento del profesor figura que vino al mundo el 12 de diciembre de 1877 en el número 16 de la calle del Medio a las 22.00 horas
Pero resulta que, por esos malabares imposibles que sólo domina el destino, cuatro personas tan dispares recibieron el tiro de gracia en el mismo lugar y a la misma hora. Y todavía hoy, 72 años después, sus restos reposan bajo un manto de tierra que, de momento, nadie osa remover.
Pero el peso de la historia está cayendo como plomo sobre los recuerdos tapiados de miles de descendientes que no quieren morir sin antes desterrar del olvido a tantos familiares que agonizan en una fosa cualquiera de algún campo perdido.
Si bien es cierto que el nombre de Víznar ha pasado a la historia por ser el lugar donde reposan los restos mortales de quien fue uno de los mejores poetas del siglo XX, no es menos verdad que en ese mismo lugar están sepultados otros tres españoles que, al igual que Lorca, cometieron el delito de opinar en contra de las ideas del bando contrario. Uno de ellos era Dióscoro Galindo, un profesor que exigía a sus alumnos una puntualidad exquisita y que no escatimaba un tirón de patillas «cuando alguno se portaba mal», como recuerda su antiguo alumno Francisco Palma. «Pero quería mucho a los niños», matiza.
Dióscoro nació de noche, a las 22.00 horas del 12 de diciembre de 1877. Su padre se llamaba Clemente Galindo y su madre Marcelina González. A buen seguro que las calles de la pequeña Ciguñuela apenas se acuerdan de aquel vecino que dedicó su vida a la enseñanza, más bien por una jugada del destino que por otra cosa.
Rondaba los cuatro años cuando sus padres se trasladaron a Madrid. La infancia y adolescencia de Dióscoro transcurrió en una capital que, por aquel entonces, vivía una próspera etapa de negocios gracias a los ensanches y el Plan Castro, y que miraba de reojo a la primera línea de metro. Las mujeres lucían ostentosos sombreros y las capas adornaban las espaldas de los caballeros. Y fue precisamente la capa la que dio un giro a la vida de Dióscoro. Al bajarse de un tranvía, el manto se enganchó y el profesor fue atropellado. La pierna izquierda quedó atrapada en los raíles y el tranvía pasó por encima de ella. Para evitar la muerte por gangrena, los médicos cortaron la extremidad. Así lo relata el autor Francisco Vigueras en el libro 'Los paseados con Lorca'.
Aquel accidente truncó los estudios de Veterinaria de Dióscoro, que trasladó su residencia a Valladolid para comenzar la carrera de Magisterio, que finalizó en 1903. El amor llegó bajo el nombre de Juliana Monge, y se materializó con el nacimiento de su hijo Antonio.
La inquietud del joven Dióscoro le llevó a solicitar continuos cambios de destino, por lo que llegó a impartir clases en el norte de España, Granada, Sevilla, Ciudad Real y, por último, en Pulianas, donde recuerdan que si un alumno llegaba triste a la escuela, Dióscoro iba a su casa para intentar solucionar el problema.
No es de extrañar que las familias apreciasen al maestro, que ya por entonces era conocido como 'El cojo'. Sin embargo, los padres más conservadores veían con malos ojos que impartiera una educación laica y negara la existencia de Dios porque no podía palpar.
Los incidentes con los altos cargos se sucedieron. Y fue precisamente el secretario del Ayuntamiento de Pulianas quien firmó la sentencia de muerte de El maestro cojo.
Aquellos vítores sacudieron las puertas de los falangistas, que acudieron a casa de Dióscoro para buscar algún libro delatador que jamás encontraron. Pero no hacían falta pruebas para montarle en un camión con destino a la muerte. Eran las dos de la madrugada del 18 de agosto de 1936 cuando cuatro falangistas armados entraron para interrogarle. «Volverá enseguida», aseguraron a Antonio, hijo del maestro. Aquel interrogatorio que nunca se formuló terminó con una sentencia de muerte en cualquier campo andaluz, cerca de algún olivo.
Diósco García tenía 58 años cuando fue ejecutado entre Víznar y Alfacar. A su lado reposan los restos mortales de un poeta y dos banderilleros con los que tan sólo tuvo en común la muerte. Pero resulta que, por esos malabares imposibles que sólo domina el destino, cuatro personas tan dispares recibieron el tiro de gracia en el mismo lugar y a la misma hora.
Y todavía hoy, 72 años después, sus restos reposan bajo un manto de tierra que, de momento, nadie osa remover.
No hay comentarios:
Publicar un comentario