Por Lidia García Chicano
Como madre de un niño con un trastorno del espectro autista (TEA), quiero expresar mi desacuerdo con el planteamiento sobre el autismo aparecido en el artículo "Con derecho a la felicidad", publicado en el Magazine (22/ II/ 2009).
Es completamente falsa la afirmación de que "la sintomatología autista es frecuente en niños que vienen de orfanatos con pocos medios por la falta de afecto y caricias que a veces sufren durante los primeros meses de vida". Los estudios actuales sitúan la prevalencia del autismo en 1 de cada 155 nacimientos, y ningún estudio científico vincula la aparición del trastorno con la clase social o las condiciones de vida de la primera infancia. Sí es significativa, en cambio, la mayor prevalencia entre hermanos y especialmente entre gemelos, lo cual remite a factores genéticos.
Son miles las familias catalanas afectadas por el autismo; insinuar que la falta de afecto y caricias causan este trastorno me parece de una gran crueldad y de una ignorancia extrema. Con estas afirmaciones, el autor nos sitúa en un enfoque erróneo, propio de los años sesenta, considerado hoy unos de los mayores errores de la historia de la neuropsiquiatría. Las personas con TEA no eligen consciente ni inconscientemente cerrarse al mundo: tienen una discapacidad neurológica que les impide comprenderlo e interactuar con el entorno. Su deseo no es aislarse, sino comunicarse y relacionarse, pero no saben cómo hacerlo. Anna, la niña del artículo, lo expresa con claridad y contundencia: "Quiero hablar fácil".
Convivir diariamente con el autismo es muy duro y hacen falta dosis enormes de amor. No nos sirven explicaciones del tipo "son metáforas supremas del universo interior que todos guardamos", ni misticismos como "alcanzarla es tan duro como perseguir los rituales de un embrujo".
Estas frases sólo refuerzan una visión errónea del autismo que ha hecho mucho daño a las familias y que han aportado bien poco al desarrollo de las personas con TEA.
Necesitamos estrategias de aprendizaje y de relación diferentes a las que se utilizan para enseñar a los niños estándar, recursos especializados y profesionales formados. Necesitamos una mayor comprensión social de esta enfermedad para poder no sólo hacer “agujeritos en el túnel”, sino hacer que el túnel desaparezca y nos muestre personas, con todas sus carencias, pero también con toda su grandeza.
Fuente: La Vanguardia.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario