La cúpula de Barceló o la envidia de los ignorantes.

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La cúpula de hoy

FERNANDO DELGADO

No sé si el Rey y el presidente del Gobierno podrán admirar hoy en Ginebra con tranquilidad los prodigiosos colores de esa gruta que cuelga de los techos de la sala de los Derechos Humanos y la Alianza de Civilizaciones de la sede de la ONU o les embargará en su inauguración la vergüenza por su alto costo en tiempos de escasez y por la supuesta procedencia del dinero público empleado en la cúpula: los fondos de solidaridad internacional. Hasta el propio Miquel Barceló tuvo que sentirse molesto con que le paguen su trabajo con el dinero destinado a paliar la necesidad de la gente. Es verdad que cuando una familia está muy necesitada no se dedica a comprar cuadros por excelentes que sean, ni nadie con espíritu solidario deja de ejercerlo para darse gusto con la pintura o dárselo a otros. Pero el Gobierno, su ministerio de Asuntos Exteriores, no estuvo pronto ni claro en el desmentido de que la parte del dinero público, porque también hay mucho dinero privado invertido en la hermosísima obra que hoy se inaugura, no proviene de donde el PP y sus medios más afines se han empeñado en sostener que proviene. No vale, sin embargo, desmentido alguno, presto o tardío. No hay manera de que se hable de la obra misma, (qué se dice de la obra, pregunta impaciente el artista; no se ha explicado bien mi proyecto, se lamenta), ni de que el orgullo de que un español sea el autor de esa obra excepcional, comparable a otras grandes obras maestras de su carácter, sustituya en el ánimo de los inveterados patriotas a la preocupación por el coste de la intervención y al empeño mentiroso en un desvío de fondos para ejecutarla. En todo caso, Moratinos no parece haber estado afortunado con su revelación de que "el arte no tiene precio". Claro que el arte tiene precio, como bien se ve en este caso, pero una afirmación como la suya se presta a las más necias consideraciones sobre el arte como necesidad o como lujo, que prenden fácilmente en la gente menos instruidas, manipulados por otros que, supuestamente instruidos pero igualmente ignorantes, le sacan a la necedad réditos políticos.

Y aparte. En el caso de la cúpula de Barceló, y no sólo porque el nombre de la sala invoque la Alianza de Civilizaciones que tanto les irrita, dice el PP que se trata de un asunto de marketing. Si lo fuera, y se tratara de vender el verdadero arte español contemporáneo como una de las expresiones de la España que se intenta promocionar, es evidente que la obra de Barceló resulta más rentable que gastar el dinero público en obras mediocres para exhibir en Nueva York, por ejemplo, y que suele ser un arte con escaso talento del que sólo se habla a la postre en la prensa local. No creo que un partido de patriotas como el PP lamente que se promocione España cuando apuesta tanto por la promoción de algunas de sus regiones o nacionalidades. Así que, a pesar de lamentar que la polémica oculte esta vez la grandeza artística de la obra, algo positivo hay que sacar de la polémica, y esto es que allí donde gobierne el Partido Popular no volverán a darse como en Madrid o en Valencia despilfarros espectaculares en los que la cultura de salón se lleva el dinero de la educación o la sanidad, por ejemplo. Y es de esperar que hoy, con el Rey bajo esa fantasía de colores que ha creado Barceló, puedan los españoles felicitarse con el artista y no tenga el artista poco menos que pedir disculpas por cobrar su trabajo.