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Si no salvo mis ideales, no me salvo a mi.







maito:%20msierrahoyos@gmail.com







































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sábado, junio 11, 2011

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Antonio Roda Jorge

Semprún, memóriam


«En el crepúsculo la memoria se hace más tensa, pero también está más sujeta a las deformaciones. ¿Sabe usted qué es lo más importante de haber pasado por un campo? El olor a carne quemada. ¿Qué haces con el recuerdo del olor a carne quemada? Para esas circunstancias está, precisamente, la literatura. ¿Pero cómo hablas de eso? ¿Comparas? ¿La obscenidad de la comparación? ¿Dices, por ejemplo, que huele como a pollo quemado? ¿O intentas una reconstrucción minuciosa de las circunstancias generales del recuerdo, dando vueltas en torno al olor, vueltas y más vueltas, sin encararlo?». Semprún o la literatura como refugio y subterfugio. Conozco a muchos Semprunes ocasionales. Estuvieron el día que un misil voló hasta la pescadería de al lado y dejó treinta cadáveres quemados. O anduvieron campo a través después de haberse escapado de un angar, antes de arder bajo el fuego de los lanzallamas. Una vez, en un ciclo de conferencias, se levantó un chico joven para preguntar al conferenciante qué recordaba de la segunda guerra. El interveniente habló de dolor, pero el chico enseguida explicó que él soñaba, desde aquellos días en Yugoslavia, con el olor de los muertos apilados dentro de furgonetas, el olor de los muertos hinchados sin identificar dentro de los almacenes, el olor a carne quemada. La literatura libera, sublima con la misma fuerza que ata, estorba, aprisiona o te hace sufrir. Desayuno con Semprún muerto. Coincido con Vargas Llosa esta mañana de junio: fue un hombre en el tumulto, antifascista por excelencia, luchador, buen escritor. Un ministro de Cultura sui generis, afrancesado, ajeno al castizaje paleto de la España profunda.



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