Por Adrián Martínez
Hace cinco años que compré un san Pancracio, perejil incluido, y después de otros tantos de esquiva suerte lotera he terminado de desmembrarlo. Primero fue una pierna por no dar con la terminación adecuada, que para ser el primer año no era pedirle demasiado. Después le arranqué un brazo por no acertar ni con la pedrea. Al año siguiente me mosqueé porque todos los números de lotería que llevaba se parecían al del "gordo" como un jamón a un montacargas. Y así, erre que erre, durante dos años más en los cuales perdió el santo otros tantos miembros. Finalmente, este año he terminado por separarle la cabeza del tronco. He de reconocer que no es que yo haya tenido especial interés en que este apéndice fuese el último en ser cercenado, pero como ustedes sabrán las figuritas de escayola no tienen sexo.
Le ha pasado a mi san Pancracio lo que a otros tantos ejemplos valencianos de la vida política y sanitaria cotidiana que, sin entrar en detalles por motivos del espíritu navideño, empezaron siendo consistentes y han devenido en fragmentarios por inútiles. Y por hacer un resumen anual sin ánimo alevoso ni malintencionado, colocaré en primer lugar al incumplimiento de la ley de Dependencia en esta nuestra comunidad. Comunidad de genial propietario conocido y vestido al uso, que no tiene vergüenza en asumir protestas ciudadanas provenientes de pacientes y de familiares de los mismos, cansados de comprobar que somos la última comunidad en lindar con la justicia social en tiempo y forma. También es cierto que al genio se le ha tenido a raya pero no se le ha podido confinar de nuevo en su botella.
En esta comunidad, los que tienen algo que decir en materia de gestión sanitaria se caracterizan por mantener un discurso intencionadamente reiterativo y sesgado hacia la privatización del sector, en detrimento del modelo público. Así, mediante encaje de bolillos con las palabras y con las ideas, intentan hacernos creer en la insostenibilidad del mismo cuando no deja de ser paradójico el bajo presupuesto destinado, colocándonos en el furgón de cola de todas las comunidades. Quizás gestionen bien -dicen algunos-, cosa que dudo y hace dudar, pero con tan bajo presupuesto el resultado final es igual de desastroso. Pasa con el gobierno valenciano como con los que lidian con la crisis: torean como pueden pero sin presupuesto. Aquéllos porque se endeudaron innecesariamente hasta la crisma y éstos porque antaño creyeron cándidamente en el sistema financiero y en la bondad de un progreso ininterrumpido que no paraba de anunciar, ladrillo tras ladrillo, que más grande significaba mejor. Al final se ha demostrado que todo era un farol. Tan de tradición esa luminaria como también los es el ser una de las comunidades que menos gasta en sanidad pero más en festejos. Y aunque gastásemos más, vía reforma del modelo de financiación de las autonomías, corresponde a nuestro presidente autonómico saber en qué y a qué se dedica nuestro dinero. Pero los héroes políticos casi nunca bajan la vista en el esplendor de sus vidas políticas: el triunfo los arrastra inexorablemente hacia delante, frecuentemente hacia su destrucción.
Otra circunstancia recalcitrante y sospechosa de no tener solución, o de no quererla, es la situación de la asistencia sanitaria primaria de nuestra ?-otra vez- comunidad. Situación sumida en un mar de burocracia que desplaza al verdadero objetivo de la asistencia, que es el paciente, confabulándose con una saturación excesiva, con una dolorosa carga asistencial, una nula capacidad de gestión y organización y con una más que indeseable ausencia de investigación por falta de presupuesto. Y no paran ahí los males de la primaria ni de la hospitalaria: la falta de profesionalización de sus directivos, subrogados por un dedo elector y político, es una lacra que perpetúa a determinados sujetos en puestos de responsabilidad para los que no están preparados y, por lo que se ve, ni falta que hace. Tampoco es que haya escuelas para ser político. Igualmente, no se me quedarán en el tintero navideño las mediocres políticas preventivas y la casi nula capacidad demostrada por el sistema para aumentar los niveles de salud de la población valenciana, a pesar de los avances médicos y las innovaciones farmacológicas. Que sólo el 12 por ciento de la población se haya vacunado contra la gripe A coloca la credibilidad del sistema al lado del "caganer" del belén. Por poner un ejemplo de discrepancia social con la estrategia preventiva mantenida por tan insignes administradores. Lo mismo el año que viene nos vacunamos contra los ataques agudos de caspa y seguimos manteniendo a la industria. Que, ¡pobrecita!, le ha pasado lo que a la banca: son incapaces de ganar más dinero del que ya han ganado.
A la política sanitaria valenciana le ha pasado lo que al Plan Rabasa y a Ikea en nuestra ciudad: en cuanto se niega la mayor -Rabasa en este caso- se desvía la atención ciudadana hacia la menor -Ikea-. Pero el Plan Rabasa y la política sanitaria han estado, están y estarán bajo los efectos de miradas miopes. No sé si Font de Mora sería buen consejero de medidas terapéuticas ante tal patología, pues sólo a través de la corrección de este tipo de miradas sería posible que nuestros gobernantes contemplasen, en cuanto al sistema sanitario, una alternativa al modelo actual que responda a las necesidades de la población y sitúe al paciente y al profesional en el centro del mismo, y en lo tocante a la ciudad, contemplar su desarrollo sostenible en el centro de su futuro. Aunque lo mismo Alicante termina como mi san Pancracio. Ya veremos.
Felices fiestas y próspero año.
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