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Si no salvo mis ideales, no me salvo a mi.







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miércoles, diciembre 09, 2009

¿Hasta que punto nosotros somos cómplices?

Crisis, corrupción y pobreza

La degradación de la vida política no podría desarrollarse sin la participación de una buena parte de la sociedad

 

Crisis, corrupción y pobreza

 

VICENTE ORDÓÑEZ La crispación política se ha incrementado en exceso últimamente y, a mi entender, algo tendrá que ver el alto grado de corrupción que está saliendo a la superficie. Da la impresión de que estamos asistiendo impunemente a un «asalto a la caja pública». Con esta afirmación no deseo apuntar en una sola dirección, ya que la degradación que sufre actualmente la vida política no podría desarrollarse sin la participación voluntaria y mezquina de una buena parte de la sociedad.

Después de haber vivido personalmente diversos episodios en la vida política y sindical, uno ya se encuentra asqueado de ver cómo la codicia humana es la causa de nuestras desgracias, al haber abandonado totalmente «el lado espiritual» de nuestras vidas, que, seguro, nos podría ayudar mucho a comportarnos de una forma más honesta y menos perversa.
Intentaré en este artículo centrarme en una serie de detalles que deberían hacer reflexionar a todos aquellos que, ante todo, buscan monopolizar o rentabilizar hasta el aire que uno respira, dejando en un lugar secundario otros aspectos de mayor calado.

Cuando desde el ámbito político se insiste en apoyar y defender los gastos sociales «sin mesura», quizás porque se pagan con dinero público, me pregunto si no se podría hacer algo más por la pobreza. Por ejemplo, aplicar con más rigor, si cabe, un recorte a los «sueldos y dietas abusivas» de cargos públicos que se extiende por toda la geografía española, extirpando igualmente los «chiringuitos» que se montan a su alrededor con el consiguiente coste añadido.

Si tanto nos preocupan los pobres, ¿por qué no se moderan los viajes y estancias que se solapan como necesarios pero no cumplen con las necesidades para las que fueron concebidos, así como la ostentación que se hace del lujo, pagado todo ello por la caja pública?

Si tanto nos preocupan los pobres, ¿por qué no reconocemos que no podemos seguir suministrando de forma interesada cantidades ingentes de dinero a fundaciones y todo tipo de entidades creadas con una sola finalidad, chupar de la «teta pública»?

Si tanto nos preocupan los pobres, ¿por qué no se contiene la sangría de millones que se viene concediendo a los sindicatos con el único fin de tenerles amordazados? ¿No sería mejor emplearlo en los más necesitados en este momento de profunda crisis?

Si tanto nos preocupan los pobres, ¿por qué no se vigila mejor la gran inversión que se hace en la formación de los trabajadores y se pone freno al gran fraude existente?

Hace pocas fechas en un medio de comunicación un político regional decía lo siguiente: se puede paralizar una carretera, una inversión cultural, pero no la ayuda a la ley de Dependencia y Políticas Sociales. Estando de acuerdo con estas ayudas, le preguntaría si esta sociedad será capaz de aguantar que sea siempre su bolsillo quien lo pague, mientras el mundo político se blinda con múltiples privilegios a los que no pretende renunciar.

Tengo la sensación de que en la actual situación la picaresca política aumenta a la velocidad que lo hace la propia crisis.

Podría seguir enumerando lo mucho que desde las instituciones se podría hacer si existiese verdadera voluntad para ello, y no dejándonos esclavizar por valores negativos como la codicia, que donde echa sus raíces todo lo contamina. Pienso que las futuras generaciones de jóvenes, que serán quienes nos gobiernen en un futuro, no deberían crecer marcadas por la miseria moral y el odio que se va engendrando en la sociedad por el nefasto proceder de una «tropa de mediocres» que se cobijan al calor de unas siglas, bien de tipo político, sindical u otras de tipo económico y social que buscan el beneficio fácil, aunque para ello pisoteen los valores más indispensables para que una sociedad sana progrese.

La crítica a la política y a los políticos es un fenómeno generalizado que no sólo se da en nuestro país. El distanciamiento de los problemas reales, la falta de transparencia, la corrupción y la oligarquía creciente del poder suponen una amenaza seria para los fundamentos del sistema democrático, y esto, como sociedad, no nos lo podemos permitir.

Por último, quiero hacer patente mi reconocimiento a todos aquellos que ejercen una actividad, sea esta política, sindical, social o empresarial que, aun con errores, saben actuar con honradez, esfuerzo y la dignidad suficiente para intentar no sucumbir a los efectos de una oleada de «valores basura» que atentan contra una «cultura cristiana» como es la nuestra. Estoy convencido de que la tarea para cambiar esta tendencia será dura y de largo recorrido. Sólo los fuertes de «espíritu» llegarán a su final, y su premio será la satisfacción personal de haber cumplido con una misión para la que todos aún no están preparados, al estar cegados por su desmedida ambición, su vanidad y su egoísmo, sin olvidarnos, por supuesto, de su alto grado de sectarismo.

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