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Domingo 30 de enero de 2011
Por un puñado de trajes
Políticos y juristas no tienen dudas de que el magistrado Flors abrirá juicio contra Camps y esperan la decisión de Rajoy, que preferiría que el jefe del Consell no fuera candidato
Una parte del PP, obviamente la que más depende de Camps para conservar su privilegiada posición, tiene la tentación de acogerse de nuevo, como tantas otras veces en el pasado se intentó, a la teoría de que las urnas son el Jordán y lavan todos los pecados. Dado que el procesamiento -ya no existe como tal en jerga judicial, pero sirve para aclararse- se producirá antes de las elecciones, pero el juicio y su veredicto no se sustanciarán hasta que éstas se hayan celebrado, ese sector del PP sostiene que Camps debe mantenerse como candidato y que su victoria en los comicios convertirán lo que luego venga en un asunto menor.
Pero no lo es, como nunca lo ha sido. La cuestión es si ética y estéticamente puede ser candidato alguien a quien magistrados de varios tribunales, todos ellos del mayor rango, han considerado que debe ser juzgado porque pudo cometer un delito, no importa para el caso si éste es el mayor de los que se investigan (favorecer a la trama corrupta para conseguir beneficios personales y para el partido) o sólo el de la aceptación de los regalos. Y desde ese punto de vista, desde el de la ética y la estética, pero también desde el sano funcionamiento de la práctica política, la única respuesta que cabe es la de que no puede ser candidato quien tiene que sentarse en el banquillo. Las reglas del juego democrático así lo imponen: aquel que representa a todos los ciudadanos está sometido a un nivel de exigencia mayor que el de sus representados. Un ciudadano podría esperar el veredicto. Un candidato acusado de esta clase de irregularidades no debe hacerlo.
Mariano Rajoy está convencido de que el PP ganará las elecciones autonómicas en la Comunidad Valenciana con Camps o sin él. Su análisis es que no es el actual jefe del Consell, sino la marca PP, la que mantiene una veintena de puntos de ventaja en las encuestas sobre el PSPV, y lo cierto es que los sondeos le dan la razón. Está también -ya se ha contado otras veces- molesto personalmente con Camps, porque entiende que no le contó cuando estalló el caso las dimensiones que éste podía alcanzar, lo que lo dejó en una mala posición como líder nacional del partido, y porque no comprende tampoco la rehabilitación de Ricardo Costa, que ha dejado en ridículo a toda la cúpula estatal del PP, empezando por su secretaria general, María Dolores de Cospedal.
Rajoy, pues, no quiere que Camps siga. Si lo quisiera, ya lo habría proclamado candidato y no lo ha hecho. Ha mandado a sus segundos a templar gaitas cuando las cosas se han puesto difíciles, pregonando que por supuesto que Camps sería el cabeza de lista que llevara al PP a un nuevo mandato en la Generalitat. Pero no ha permitido que se le ratificase como tal formalmente. No se ha atado las manos, ha preferido tenerlas libres para actuar a última hora como más le convenga. Que le pregunten a Álvarez Cascos por la técnica.
El gallego tiene una querencia innata a hacer la estatua que es, precisamente, la que mantiene su consideración en las encuestas muy por debajo de la de su propio partido. Pero que también es la que le ha sostenido contra viento y marea en la cúspide todos estos años. Así que sigue esperando, con una paciencia digna de mejor causa, a que Flors remate la faena y dicte la apertura de ese juicio contra Camps antes de que resulte imposible mantener la indefinición en que tiene al todavía inquilino del Palau. Si Flors lo hace, Rajoy no dudará en quitar de enmedio a Camps, entre otras cosas porque prefiere sustituirle por un candidato nuevo, sin más agarredera en el cargo y en el partido que el propio Rajoy. Se ve en la Moncloa. Y cuantos menos barones tenga presionándole una vez allí, mejor.
Cabe que los plazos se le echen encima al presidente nacional del PP. Y que no le quede más remedio que tomar él solo la decisión. Dado su carácter, se desconoce en ese caso cuál será: si definitivamente dejará caer a Camps o, contra toda lógica política, estará dispuesto a soportar una campaña con unas listas plagadas de imputados. Lo que sí se sabe es que, mientras tanto, el PP está en la Comunitat paralizado, sin candidatos oficiales y sin poder lanzar la precampaña mientras sus adversarios llenan las ciudades de vallas. Se dirá que eso no importa, que al fin y al cabo quien gobierna está todos los días en los periódicos, las teles, las radios y las webs saltando de inauguración en inauguración, y aquí quien gobierna las principales instituciones es el PP. Pero resulta que la recesión se ha llevado por delante muchas alegrías, así que las inauguraciones ya no son tantas ni tan floridas. Y que el otro Gobierno, el de Zapatero, puede que esté maldito, y más en estas tierras, pero es el que ha puesto en circulación el AVE y va a abrir en Alicante el aeropuerto más avanzado de España, mientras que los principales referentes populares salen en los periódicos, teles, radios y webs más por sus líos judiciales que por los proyectos que ejecutan. Todo un programa electoral.
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