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Si no salvo mis ideales, no me salvo a mi.







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lunes, octubre 13, 2008

Un cuento para soñar despierto en la realidad.

En un lugar llamado LEDICIA.



Por María Cadarso Mateos



-Mamá, ¿cómo son las nubes?- preguntó.

-Blancas y acolchadas- respondió ella.

-Mamá –añadió

-Dime, cariño- le dijo ella, rozándole el cabello.

-¿Cómo es el mar?

-Azul y profundo, a veces violento y, otras, suave como la seda de un vestido- respondió.

-Mamá, ¿todos los prados son iguales?

-No, cielo. Los hay verdes y llenos de florecillas y los hay ásperos como el asfalto de una carretera.

-Mamá

-¿Sí?

-Te quiero

-Y yo a ti corazón. Ahora duerme, que el viaje ha sido largo y debes estar cansado.- Le susurró ella, mientras una sonrisa recorría su rostro.


Aquellas eran sus primeras vacaciones en el campo, hasta entonces había pasado cada verano en casa de sus abuelos a las afueras de la gran ciudad. No conocía la naturaleza de no ser por las explicaciones de su maestra, sabía toda la teoría, podía definir un campo regado de lirios, una cascada o un banco de peces, pero no era capaz de imaginarlo. Nunca los había sentido.


Tardaron cinco horas en llegar a “Ledicia”, una pequeña aldea escondida entre montañas y próxima al mar. Llevaban años esperando este viaje; por falta de medios y tiempo les había resultado imposible regalarle un verano fuera de casa a Damián, pero por fin lo habían conseguido y ahora se sentían satisfechos.


Era tarde, ya habían cenado, estaban agotados, así que, tras deshacer los equipajes, fueron también ellos a descansar.

Había pasado momentos difíciles desde la muerte de “Babas”, su perro, y albergaban la esperanza de que este cambio de aires le hiciera reponerse por completo y volver a ser el hijo alegre que siempre habían tenido con ellos.


La mañana empezó antes de lo previsto, Damián no aguantó más de lo imprescindible en la cama, en cuanto sintió el calor de los rayos del sol sobre su cara se puso en pie, cogió el bastón de la mesilla de noche y se encaminó a la puerta; aún no había tenido tiempo de conocer a fondo su nuevo hogar y los primeros paseos por él los haría con ayuda.


En la cocina le esperaban su madre y un delicioso desayuno. El día era precioso, notaba la claridad en sus ojos y oía el canto de varios pajarillos revoloteando sobre la ventana. Contento se dijo a sí mismo: es un buen comienzo.


-A las once vendrá Sofía a verte- comentó su madre.

-¿Quién es Sofía?- replicó él con desconcierto.

-La hija de los vecinos, tienen una granja. – Añadió ella.

-¿Cómo sabe que he venido aquí?- preguntó desconfiado.

-Saludé a su madre esta mañana, es una mujer muy agradable, seguro que Sofía y tú os hacéis grandes amigos-

-¡No necesito amigos, ni mucho menos niñatas!- protestó él.

-Bueno, ve a vestirte y no protestes tanto, verás como al final me lo agradeces.-


A las once en punto una joven con enormes ojos y cabello castaño apareció en la puerta.

Julia le hizo pasar y enseguida fue en busca de Damián. L

os condujo hasta el jardín trasero y se encerró en la cocina a preparar la comida. Sabía que una amiga era lo que más necesitaba su hijo, así que, a pesar de sus protestas, no había querido ceder, estaba convencida de que aquello era lo mejor.


-Mi madre me ha dicho que eres ciego- dijo Sofía.

-¿Y por eso te ha mandado a estar conmigo?- contestó, malhumorado, él.

-No, es que no hay más jóvenes en la aldea- dijo ella.

-¿Tú ves todo a oscuras?- preguntó Sofía., -¿como si fuera de noche?- añadió

-No digas tonterías, lo que pasa es que no veo, pero no porque sea de noche- le contestó enfadado.

-No te enfades, yo nunca había visto a un ciego- añadió ella tímidamente.

-Pues ya has visto a uno, ahora déjame en paz- le gritó él.

Pasó media hora sin que ninguno de los dos dijese nada, ella le observaba con atención, no dejaba escapar un solo detalle de sus movimientos. Él, a su vez, sabía que la joven permanecía a su lado observándole.


Aburrido decidió dar un paseo por el jardín, quería comprobar sus dimensiones. Avanzó veinte pa

sos hacia delante, chocó contra un muro de piedra algo más alto que él y lo bordeó contando, nuevamente, los pasos que daba. El lugar no era demasiado grande, pero suficiente.


Durante aquel pequeño recorrido Damián había notado un aire puro, diferente al que estaba acostumbrado, por momentos el viento le llegaba cargado de olor a infusiones y de vez en cuando se le mezclaban otros olores desconocidos. El suelo estaba húmedo a pesar del caluroso sol que presidía la mañana, los ruidos le entretenían, había contado hasta seis aves diferentes a su alrededor y sentía cerca, muy cerca, la presencia de un montón de animalitos más.


-¿Puedo ir a tu granja?- preguntó él tímidamente.

-¡Claro que sí!- exclamó ella llena de alegría.


Aquella mañana la aprovecharon hasta el último minuto sin que pudieran dar de sí al tiempo, pronto olvidaron el primer rechazo del encuentro y como si llevasen toda la vida juntos se acompañaron el uno al otro. En la granja se entretuvieron con cada animal, Sofía hacía una descripción física de ellos y él los acariciaba cuidadosamente sin perderse un detalle; mientras explicaba a su nueva amiga todo lo que había aprendido de ellos en sus libros.


Les dio tiempo a reír y la ausencia de Babas no se atrevió a aparecer con su habitual sombra de tristeza.


La tarde transcurrió de forma similar, llegó la noche y cada uno en su cama repasó el día deseando que aquello se repitiese

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Y efectivamente, día a día los dos amigos se encontraban para explorar el nuevo mundo que se abría frente a ellos. Damián descubría sensaciones nuevas y Sofía aprendía a ver el mundo de la mano de un amigo.


-Sofía, ¿cómo es el mar?- le preguntó una mañana.

-¿Nunca has estado en él?- dijo ella

-No- respondió.

-Es como una bañera muy grande, llena de agua salada y peces. Se lo diremos a tu madre y mañana nos bañaremos en el mar- dijo Sofía emocionada.

- Sofía, ¿cómo es un bosque?- preguntó Damián otro día

Mañana iremos al bosque, ya lo sabrás- le contestó ella

-Sofía, ¿cómo es un amanecer?- volvió a preguntar Damián.

Sofía pidió permiso a sus padres, habló con los de Damián y muy temprano le fue a buscar. Cerca de sus casas desde un alto, aparecía el mar imponente cara a cara. Se sentaron en una roca y con los ojos cerrados, sintieron lo que era un amanecer. El sol les mostró su rostro lentamente y les fue hablando con sutileza. Los rayos se posaron delicadamente sobre ellos y cuando el sol acabó de aparecer ambos sonrieron felices.


Al llegar a casa Damián hizo esperar a su amiga en el jardín, al cabo de unos minutos bajó con un violín y lo hizo sonar para ella.


-Así, Damián, así es como suena el amanecer- exclamó feliz Sofía.

Desde aquel día, cada mañana bajaron a sentir el amanecer sobre sus rostros.

-Sofía, ¿cómo son las nubes?- preguntó Damián

-Están demasiado altas para sentirlas, desde aquí solo son manchas blancas en el cielo- respondió. –Algo parecido a los sueños- añadió Sofía.

Las generosas jornadas de verano se sucedieron con tal velocidad que pronto les llegó el final. Sentados en el jardín, uno frente a otro, sufrían en silencio el dolor de la inminente despedida. Dos lágrimas aparecieron repentinamente por los ojos de Sofía.


-Damián, no quiero que te vayas- le dijo.

-Volveremos a estar juntos- le contestó con ternura.

-No, los sueños no se cumplen- replicó Sofía.

-Siempre he oído decir que hacían falta ojos para ver y tú me has mostrado la belleza de lo que nos rodea sin usarlos, ¿te das cuenta Sofía?, ahora sé lo que es el mar, lo que es un campo y un bosque- añadió emocionado

-Llévame a lo alto de la montaña- le pidió Damián


Era tarde y el cielo estaba cubierto por completo, las estrellas habían escapado despavoridas ante la tormenta y un fuerte viento mecía la copa de los árboles. A pesar de ello, salieron sin dudarlo y se dirigieron hasta allí, Sofía no sabía qué motivo les llevaba hasta ese extraño destino, pero confiaba en él.

Llegaron una hora más tarde a la parte más alta.


-Sube sobre mis hombros Sofía

-¿Para qué?- preguntó extrañada

-Sólo hazlo- insistió

Sofía obedeció y acto seguido él añadió: -Ahora cierra los ojos-

-¿Las sientes Sofía?-preguntó, -¡Son las nubes!, ahora ya sabemos cómo son- le dijo emocionado

Sí, Damián, como los sueños, las hemos tocado. Ahora sé que volveré a verte.- suspiró Sofía radiante de felicidad.


Ambos habían aprendido a conocer la profundidad de las cosas.




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