No mueve ni un pie ni una mano. Bebe con espesante porque, si no fuera así, los líquidos se le irían a los pulmones. Tenemos que estar alerta las 24 horas del día, porque puede llegarle un golpe de tos y ahogarse". Este es el relato de los padres de Olga. Nació hace veintiocho años. Según aseguran, un parto mal atendido dejó en la recién nacida unas secuelas que cambiaron, por completo, la vida de la pareja. El diagnóstico: parálisis cerebral con un grado de minusvalía psíquica y física del 90%.
Lola y su marido José viven, desde hace casi tres décadas, inmersos en una lucha constante. Una batalla que se ha visto acrecentada desde que pidieron las ayudas de la Ley de la Dependencia hace ya más de un año.
Lola apenas superaba la veintena cuando su vida dio un giro de 180 grados. La ilusión de su recién estrenado matrimonio se vio truncada cuando la mala suerte se alió con ellos. Desde entonces, han tenido que dedicarle a Olga todos sus esfuerzos. "Es dependiente para todo", suspira José. "Estamos sometidos a ella". La jornada es prácticamente idéntica los 365 días del año. "Es muy duro", se lamentan.
A las ocho de la mañana la meten en la bañera entre los dos para asearla. Después, José la lleva al centro Les Alfàbegues, en Bétera, donde realiza actividades de todo tipo. "Son gente fabulosa, los quieren mucho y se nota que les gusta lo que hacen", cuenta Lola con una sonrisa, de las pocas que se le escapan durante la entrevista.
Cuando Olga está en casa deben estar continuamente pendientes de su estado. Sobre todo en los últimos meses, que tiene que estar durante 17 horas diarias unida a la máquina de oxígeno porque un pulmón ha dejado de funcionarle. "Cada día está más cansadita", se resiente su madre, angustiada.
"Nos hemos acondicionado siempre a sus necesidades", explica José, sabedor de los sacrificios que han realizado durante toda su vida. "Tuvimos que dejar el piso de Valencia y venir a una planta baja, porque la silla de ruedas no cabe en los ascensores. Por este motivo, tampoco podemos visitar a casi ningún familiar". Lola tuvo que dejar de trabajar para atender a Olga en exclusiva. "Lo mal que lo pasamos no lo sabe nadie, solo quien tiene a alguien así".
Su suerte pareció cambiar con la llegada de la Ley de ayudas para las personas dependientes, pero, paradójicamente, su tormento no hizo sino aumentar. "Llevamos año y medio rellenando papeles y todavía no nos han dado nada", comenta Lola indignada. "Pero no nos cansaremos, lucharemos hasta el final".
La familia, desesperada por la vida tan dura que están sufriendo, se teme una negativa. "Cuando los servicios sociales vinieron a realizarle la valoración, nos dejaron caer que lo más seguro es que nos denegaran la prestación".
Desde Bienestar Social aseguran a LAS PROVINCIAS que, con el grado tan alto de minusvalía de Olga, lo más probable es que reciba las ayudas. Pero la demora de más de catorce meses justifica el pesimismo de la familia.
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