Por Mª Ángeles Sierra.
La incertidumbre política y económica mundial es cada día más preocupante. Todos nuestros derechos, todos nuestros esfuerzos, todas nuestras aspiraciones para desarrollar una vida digna y de calidad recaen en manos del poder del 1% de la población que es el que controla y domina la capacidad productiva, económica, política y social en beneficio fundamentalmente de sus propios intereses personales.
La geografía mundial está siendo sibilinamente recolonizada por el despiadado poder capitalista mundial dispuesto a reducir a la humanidad a su mínima expresión y parece que lo está consiguiendo.
Pese a que el mundo se une intentando globalizar su protesta y aprovecha las nuevas herramientas tecnológicas existentes para intentar hacer frente a estas brutales situaciones, aun no es suficiente para derribar las fuerzas del devastador poder que se nos viene encima.
En España, educación, salud y muy especialmente dependencia, están sufriendo un duro ataque por parte de estas doctrinas neoliberales. ¿Qué podemos hacer nosotros que somos como un grano de arena en medio del desierto?
No es que quiera ser pesimista, sino que quizás si queremos conseguir y contribuir a hacer algo grande, tan grande como defender y apuntalar de una forma eficaz nuestros derechos, debemos de empezar por sentirnos muy pequeños, además de muy libres y dispuestos. Pero también hemos de aprender a identificar, rechazar y atacar de un modo muy determinado cualquier instrumento inmediato que sirva para retroalimentar ese despiadado y opresor capitalismo sanguinario.
El derecho a la educación gratuita y de calidad, a la salud gratuita y de la calidad y a vivir en situación de dependencia con toda la dignidad que cabe esperar y elegida libremente por quienes viven en esa situación de dependencia, son derechos básicos que junto con el derecho a una vivienda digna y a un empleo digno y a unas prestaciones sociales dignas, ante nada y ante nadie, deberíamos dejar arrebatarnos.
Quizás uno de nuestros primeros deberes, sea el de desposeernos de ese cúmulo de encubrimientos inconscientes heredados que por mor de absurdas nostalgias, nos sigue ofuscando.
La situación que vivimos no es un asunto que se pueda reducir a la batalla entre socialistas y populares o cualquier otro partido inmerso con posibilidades dentro del abanico electoral. Está en juego nuestra supervivencia y algo más grande si cabe, nuestra independencia y libertad. En definitiva está en juego nuestra propia identidad, tanto de una forma física o tangible como moral.
Quizás nos ha llegado el momento de aprender a convertirnos en hormigas guerreras, hormigas legionarias y marabunta sin necesidad de construir ningún hormiguero permanente, creando así colonias de personas dispuestas a atacar la presa del capital en cualquiera de sus formas y en masa.
El poder de la tecnología y el poder del pensamiento, al menos y de momento, nos acompañan.
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