Alejandro Villanueva paseando por la ciudad en su silla de ruedas. ANTONIO AMORÓS
El apunte
- Pese al pronóstico de los doctores, el paciente ha recuperado el habla y parte de la movilidad de su cuerpo
Lucha. Seis años después de que Alejandro Villanueva sufriera un ictus y permaneciese casi un año en estado vegetativo, el hombre habla y ha recuperado parte de la movilidad, pero aún lucha por ser lo más independiente posible. Su relato es el de alguien que ha experimentado, y dice que con plena conciencia, la visión del fin de todo.
Octubre de 2008. Noche tranquila, de fútbol. Juega el Barça. Alejandro Villanueva que por aquel entonces tenía 38 años ha pasado el día en casa, haciendo las tareas del hogar. Tras una intensa jornada de trabajo llega su mujer, Ana, y para no molestarla se encierra en su habitación para ver el encuentro. Ana mientras tanto comienza a preparar la comida para el día siguiente, cuando escucha a su marido llamarla. «¡Ana!», pero pensando que no es nada importante y que está sumido en el partido no le hace caso. Hasta que el grito de auxilio esevidente. «¡Ana, por favor!». Asustada, la mujer acude rápido al dormitorio, donde se encuentra a su marido nervioso, con los ojos llorosos y lasmanos totalmente dormidas. A Alejandro le está dando un ictus. La mujer no se lo piensa dos veces, sabe que si espera a la ambulancia el desenlace puede ser fatal, por lo que coge a su hijo de trece años y carretera y manta acuden alHospital General de Elche.
Según cuenta Alejandro a este diario en la actualidad, «no había tenido ningún síntoma de los que se leen en Internet. El único malestar que me había dado era una pequeña dolencia en el ojo derecho, algo a lo que no le di importancia». Ya en Urgencias les tienen en espera. «Es un cuadro de ansiedad», les dicen. Tiene la tensión al 26. Sabe que está pasando algo pero no sabe qué y, por momentos, pierde el habla. Ana no aguanta más y pide por favor que atiendan a su marido de inmediato, con tan buena fortuna que una médico que pasa por allí se percata de que la dolencia es grave.
«Alejandro, intente seguir el chasquido de mis dedos», le dice la doctora. Pero Alejandro ya no está allí. En seguida el equipo de reanimación –o, como Alejandro los reconoce, porque es lo último que recuerda antes de entrar en parada, «los camisas moradas»– le aísla.
Tras unos minutos de agonía, se confirma lo peor. Ha sufrido un ictus y seguramente esa noche seala última que pase con vida. A esas horas, el neurólogo del Hospital no se encuentra operativo ya que a las 22 horas termina su jornada laboral. El centro hospitalario por aquel entonces tampoco tiene unidad para accidentes cerebrovasculares de este tipo, por lo que todo lo que tenga que pasar, lo hará en el Hospital de Alicante.
Sin darse cuenta de nada es trasladado. Lo siguiente que recuerda el hombre de 38 años son lasconversaciones de los médicos mientras le oscultan. «Para este paciente no hay esperanza, no responde a estímulos. El daño cerebral que presenta es enorme», escucha Alejandro mientras yace inmóvil en la camilla de la UCI. Según relata en la actualidad, «es un momento de impotencia que no se lo deseo a nadie. No te ayudan. Piensan que estás inconsciente pero lo estás escuchando todo. Fue un momento de intensa angustia», cuenta Villanueva conmocionado al recordar lo pasado, aunque había algo que le daba fuerza, las palabras de su mujer para decirle que se aferrara a la vida.
«Me decía que no podía dejarla sola, que lo hiciera por ella, por nuestro hijo. ¿Cómo me iba a morirsabiendo que le hago tanta falta a alguien?», comenta Alejandro.
Unos meses después del infarto cerebral, ya en planta, Ana se encuentra mirándole, deseando que despierte y Alejandro mueve el dedo meñique. Alejandro tras el golpe ha dado el primero de muchos pasos.
«Tenía ganas de comunicarme, de hablar, de decirles a todos que sí podía sentir lo que me decían. Que si ellos querían, yo tenía todas las ganas del mundo de seguir luchando», afirma Alejandro Villanueva. Ana consiguió un método para lograrlo. Le oraba el abecedario, y cuando Alejandropestañeaba, la mujer apuntaba la consonante o vocal en una hoja. Así, letra a letra, el hombre conseguía expresar lo que sentía.
Valencia
«Si Alejandro ha sido capaz de mover el dedo meñique, ¿por qué no va a ser capaz de conseguir otro tipos de mejoras?», se pregunta Ana. Por ello, se informa sobre un centro de neurodesarrollo ubicado en Valencia. Desde el hospital donde está ingresado, la trabajadora social les dice que no va a ser posible. Pero Ana llama despacho a despacho hasta que lo consigue.
Uno de los recuerdos más emotivos que tiene Alejandro es el primer día que salió a la calle tras el ictus en una silla de ruedas enorme, que según comenta más parecía una máquina que otra cosa.
«Volver a sentir el aire rozar tu cara, ese tipo de cosas que la gente nota habitualmente y que no se percata de la importancia que tiene», comenta Villanueva, que desde que sintió esa sensación se marcó el objetivo de entrenar para ir en una silla de ruedas más convencional.
Mucho trabajo y para casa
Todos los días, el paciente realizaba sus ejercicios. Primero con las enfermeras y después como comenta, hacía horas extra con su mujer. Así, Alejandro consiguió mantener el peso de su cabeza por si solo y recuperar la movilidad de parte de su cuerpo.
«Un sueño hecho realidad fue el primer día que pisé mi casa, estar con mi familia, en mi sofá, viendo la tele», explica Alejandro. «Lo que más me chocó fue la actitud de mi hijo, como yo siempre era el dueño del mando a distancia y todavía no tenía la fuerza suficiente como para sujetarlo, se le ocurrió la idea de atármelo con precinto a la mano», añade Villanueva, que tras el ictus ha vuelto a nacer. Unmilagro para algunos y ejemplo de lucha y superación para otros.
Sea como sea, lo importante es que hoy puede contarlo, con las heridas de batalla permanentes. Pero como comenta Alejandro, «todo merece la pena si notas cerca el amor de los tuyos, no hay milagro más importante que ése».