A la memoria de un maestro con mucho pedigrí.
Por Vagabundo tras la libertad.
Hoy descubrí un artículo titulado”Maestros con pedigrí” que dice así:
Se aproxima el final de curso, fechas en las que las evaluaciones comen a los profesores y hacen temblar a los alumnos. Desde mi punto de vista, y así lo he practicado siempre, es necesario que demos oportunidad a los alumnos para que ellos también evalúen nuestra gestión como profesionales. Tal vez pueda resultarnos muy drástico el procedimiento pero yo creo que hay que afrontar la realidad y saber cómo nos ven, cómo nos sienten... Ellos y ellas son, sin duda, el mejor espejo donde mirarnos y descubrir tanto nuestros defectos como nuestras virtudes. Hace unos años escribí para una revista portuguesa un artículo con este mismo título, maestros con pedigrí, porque, efectivamente, como para todo, se precisan cualidades naturales, raza para ejercer de forma exitosa el magisterio. No se trata tan sólo de más o menos estudios sino de ese sexto o séptimo sentido para saber, intuir el qué y el cómo actuar. En dicha revista citaba mis principios básicos para rotular en nuestro brillante título de maestros: Un maestro jamás debe humillar a un alumno y mucho menos delante de los demás alumnos. Un maestro siempre debe prever una salida airosa para cualquier tropiezo, o excusa de los alumnos. Un maestro jamás debe intentar hacer de los alumnos una copia de sus gustos. Un maestro debe olvidarse de la suma porque jamás un alumno más otro darán por resultado dos. Un maestro no puede ser "sastre" de talla única porque no hay vestidura válida para dos. Un maestro jamás debe quedarse en la superficie, anatematizando el "oleaje" sino que su mirada debe profundizar en las inmensas maravillas de los fondos. Un maestro es, y no puedo extenderme más el hombre o la mujer que tolera, acompaña y, sobre todo, ama a sus alumnos sin excepciones.
Isabel Agüera.Fuente: http://blogmanueldorado.blogspot.com/2010/06/maestros-con-mucho-pedigri.html
En consonancia con lo que se expresa me vino a la memoria el recuerdo de un hombrecito rechoncho por su edad avanzada y su escasa altura, mitad abuelo mitad maestro, pero en esencia una excelente persona.
A la memoria de D. Fernando Civantos Morales, mi mejor maestro y enseñante, al que conocí con apenas 8 años.
Tristemente, pocos otros colegas suyos se le parecieron, sobre todo en esa época de palmetazos, varas de olivo cimbreantes y domadas por el uso; tiempo infinito sobre todo al soportar el excesivo peso de biblias y enciclopedias Álvarez en cruces, cual balanza arrinconada y de rodillas cuando la tabla de multiplicar correspondiente no se había repetido reiteradamente; cuando las cuestiones correspondientes al fuego eterno e imperecedero junto al diablo no se habían repetido al pie de la letra, aunque nuestra ignorancia amplificada no nos permitiese ni siquiera argumentar, preguntar o dudar sobre las deidades o incluso cuando la pobreza te había castigado a no llevar un material solicitado; incluido hacer gimnasia en calzoncillos tras comprobar que determinados maestros no tenían una consistencia ética y social acorde con la pobreza de muchas familias; pagando esos muchachos y siendo fuente de burlas, vejaciones y ridiculizaciones… Eran las consignas rígidas de una Educación que poco ha madurado, aunque haya cambiado en las formas, pero poco en el fondo.
Fuente imagen: http://www.nuevalibreria.com/archivos/libros_d_siempre/enciclopedia_2grado_ANTONIO_ALVAREZ.JPG
Aunque franquista y defensor del clero, Don Fernando supo transmitirnos a muchos niños la devoción por la lectura y la motivación mediante especies de juegos y concursos, aún no conocidos ni siquiera en aquellas contadas televisiones castigadas a una monocadena en blanco y negro, donde el estímulo de adelantar puestos en la clase y la ilusión y motivación por preguntar nos hacía fácil y entretenido ese aprendizaje efectivo y jamás caduco. Tras bellas historias, muchas veces narradas los sábados por la mañana antes de sufrir un sermón obligado en la Parroquia correspondiente y donde la desidia y el aburrimiento generalizados actuaba como un notable dispersador de atención; siendo la atracción principal observar a algún maestro cómo se limpiaba las orejas, las fosas nasales o la constante apertura de boca, mientras algunos compañeros no se apartaban de él; esos que le limpiaban el Seat 850 verde a la hora del recreo; mientras de vez en cuando, el cura con un tono elevado y visceral, al observar nuestra poca atención generalizada, nos despertaba de ese conteo hacia las veces que susodicho maestro bostezaba, se llevaba el dedo a su napia o en el mejor de los casos lo usaba como sacacorchos para limpiarse el exceso de cerumen.
Era curioso como a Don Fernando, el que nos imponía un crucifijo en nuestros labios al entrar en nuestras clase, cual obispo al uso, y dejarnos la primera hora de pie para aprender jugando a responder, jamás ví que ningún pupilo suyo le intentase criticar ni hacer burlas de alguna característica suya; por ejemplo su escasa estatura. No había, como ahora se insiste tanto una proclamación de autoritarismo. Era simplemente un proceso generado durante sus muchos años de docencia decente y pedagógica lo que había encumbrado a un excelente maestro a la categoría de AUTORIDAD, que no de autoritarismo, pues excepto en una ocasión que perdió los nervios en clase y mediante un tono de voz elevado se hizo de nuevo con el respetable, lejos de palmetas, tirones de orejas, desprecios por algún alumno particular en presencia de toda una clase asustada e incluso la ira desproporcionada de alguna vara “cimbriona” guiada por una mano insensible y poco escrupulosa.
A pesar de no ser defensor de la República como en el magnífico tema de Andion y las imágenes de “La lengua de las mariposas”) y ni mucho menos esconder su proximidad con los “Alzados”; sin duda alguna, Don Fernando, era un maestro con mucho pedigrí, amante de su trabajo y, seguro, de sus niños.
Va por él.
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