En este caso el relato es obra de Manu Gancedo y para escribirlo ha utilizado un dispositivo que le permite manejar el ordenador con el iris de sus ojos: IRISCOM.
Todo lo que pasa con la “ela” no es malo. Veréis por qué. Viví en Cantabria hasta los 20 años, luego viví en Madrid otros 18 años. Cuando se declaró la enfermedad, decidí regresar a mi tierra por calidad de vida. Aquí todavía mantenía algunos amigos de la universidad, que inmediatamente me visitaron de forma periódica. Llevo en Cantabria 4 años y hace 6 meses que recibí una agradable sorpresa. Todos los años, en noviembre, mis antiguos compañeros del colegio de la EGB celebran una cena anual de convivencia a las que mi trabajo me ha impedido acudir. La del año pasado estuvo protagonizada por una noticia en el periódico local sobre mí. Estuvieron dudando sobre contactar conmigo o no hacerlo, no sólo porque hacía más de 27 años que no veía a ninguno de ellos, sino porque ignoraban cómo llevaba la enfermedad. Al final Moreno (por aquel entonces sólo nos conocíamos por el apellido) se decidió a llamarme con más miedo que vergüenza. Mi madre sabe que me encantan las visitas, así que en seguida le dijo, con afabilidad, que estaría encantado de recibirles. El problema era que, con el “baby boom” de los 60, éramos unos 120 (a saber, cuarenta y tantos por tres cursos de un colegio público) y aunque mi casa es grande, no caben todos. Así que decidieron visitarme los sábados por la tarde.
Desde diciembre no faltan a la cita y, en una de sus visitas, les espeté con chulería castiza “no hay huevos de hacer un libro”. Pues, ¡vaya que me hicieron caso! El libro se titula Caballos de Fuego, que ¿por qué? , pues porque en el horóscopo chino todos los signos zodiacales son animales y se determinan por el año de nacimiento y no por el mes. Todos nacimos en 1966 por tanto, ¡teníamos el mismo signo zodiacal! El libro trata de nuestras travesuras, anécdotas, aventuras y también las de los profesores, así nos reconciliamos con ellos. Eran otros tiempos, todavía sufríamos a Franco, Numancia, nuestro Colegio, estaba regido por un sacerdote adicto al régimen y los profesores eran claramente los enemigos. Nada de acoso escolar ni de vídeos colgados en Internet, ahí las diferencias se arreglaban a golpes y a otra cosa mariposa. Si aparecía un profesor, disimulábamos la pelea, chivarse era impensable, era peor que estar apestado, nadie lo hacía.
Las visitas de los sábados se han convertido en una adicción para mí y creo que también para ellos porque desde que dicen “Me tengo que ir” hasta que se van puede pasar una hora tranquilamente. Las conversaciones transcurren de forma fluida a pesar de que la ela me impide hablar. No es un error tipográfico, la llamo “ela”, con minúsculas porque no quiero que tenga más protagonismo del estrictamente necesario. Fijaros que el otro día Casuso (el de la camiseta verde de la fotografía), con el que me he pegado de crío muchas veces, hizo un comentario sobre que me veía algo mejor que la última vez que vino. ¡Diez segundos de conversación sobre la ela en tres horas! Hmmm, más que suficiente. La batalla por el bienestar físico la tengo perdida, pero, ¡ay, amigo! la batalla por el bienestar mental la libro todos los días de mi vida. Al enemigo ni agua.
Autor: Manu Gancedo
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