Tengo seca el alma, sé que los luchadores no mueren y resuenan en mi memoria las gracias que nunca nos dimos, porque siempre sobraron, porque sin vernos nos queríamos y sin hablar nos conocíamos, porque siempre supimos que nos teníamos para la lucha, para los hechos, sin presencia, sin ausencia, con el mero apoyo de tenernos siempre, necesarios o no.
A la estela de tu valor entrañable, siempre hizo falta quien sacara alas inventadas antes de que llegáramos al suelo, pero siempre lo hubo, porque estábamos juntos, nunca estuvimos solos, sabíamos a dónde íbamos, sabíamos que era noble y sabíamos que era bueno y, sobre todo, sabíamos que no sabíamos.
Lo tuyo: el calor y el valor, lo mío: inventar alas de vez en cuando. Hemos cantado, luchado, pensado, marchado, reído, bebido, comido, sudado, viajado, debatido, disentido, festejado, maldecido, repartido palabras llenas de dignidad a diestro y siniestro, en todos los idiomas que supimos, aprendimos o inventamos; hemos dormido en suelos y negociado en salas con mesas de caoba por la eternamente lejana divertad que musicamos con estruendo y con el sabor alegre y natural de los que, contigo, aprendimos a vivir, simplemente a eso, a vivir, lo más sencillo y lo más difícil.
No te vas maestro Obi-wan, te ausentas, porque lo compartido dará para cien vidas que alguien vivirá por nosotros.
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