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Si no salvo mis ideales, no me salvo a mi.







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sábado, junio 06, 2009

¡Bienvenidos a Alicante!

 

La próxima semana recibiré a unos amigos de Madrid que, créanselo, nunca antes han estado en Alicante. Lo malo es que llegarán en avión. ¿Ustedes saben lo que eso significa, verdad? No, el hecho de que la salida del aeropuerto esté algo chunga se entiende por las obras de ampliación. Y mis invitados, recuerdo, son de Madrid y saben de obras, gracias a Dios. O a Gallardón. Tanto monta, desmonta tanto.

No, yo me refería al trayecto en coche desde el aeropuerto hasta el centro. Ésa primera toma de contacto con la ciudad. A mí, como alicantino anfitrión de turistas, una de las cosas que más vergüenza me provoca es llegar a Alicante por la entrada sur. Todavía no sé el horario de aterrizaje de mis huéspedes, pero espero que lleguen por la noche, con retraso (o sea, que vuelen con Iberia) y con mucho, mucho, mucho sueño acumulado.

De lo contrario, para que sus primeras impresiones de Alicante no sean paupérrimas, sino de cine, habrá que distraer su atención hablándoles de la Ciudad de la Luz, al tiempo que les señalaré dónde están los ¿famosos? estudios, aunque apenas puedan divisarse en la lejanía.

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Su mirada, no obstante, se topará con el recién restaurado Monumento «a todos los Caídos», anteriormente llamado Monumento a los Caídos de la Vega Baja.

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Al margen de las connotaciones históricas y de la voluntad conciliadora de la alcaldesa al ordenar el cambio de denominación y la eliminación de los símbolos falangistas –cosa que aplaudo– eso es como si le cambiaran ahora el título a las películas de Leni Riefenstahl. Aunque lo hicieran, siempre será recordada como la cineasta oficial del régimen nazi, por más que ella lo negara. O, siendo más prosaico, Mister Proper será siempre Mister Proper. O al menos deberán pasar un par de generaciones hasta que todos le llamen Don Limpio. O más claro, ¿no fue bastante gráfico lo de «El artista anteriormente conocido como Prince»? Pues eso.

Una vez pasado ese tramo y el de los restos que apuntan que alguna vez hubo vida en Aguamarga –aquí cayó un meteorito, se llevaron el meteorito y el resto lo dejaron, podría ser una buena excusa–, les hablaré de la OAMI, en cuya rotonda de acceso, si es de noche, mis invitados podrán ver a una pareja parando coches. Y no precisamente una pareja de las que prestan servicio en el cuerpo de la Guardia Civil, sino de las que hacen guardia nocturna prestando su cuerpo a otros servicios.

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Siempre me quedará la opción de enfocar su mirada hacia las ruinas de lo que durante tiempos inmemoriales fue «La gaviota», otro icono de la zona. «¿Y ahí que había?», podrían preguntarme. «Una ermita para pescadores» (pescadores, ojo, no pecadores), mentiría yo como un bellaco. Oye, que si se pueden rebautizar los monumentos, por qué no los prostíbulos de carretera. Que la memoria histórica sufre parkinson con el puterío y el facherío.

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Un oasis en el desierto de alicientes turísticos será pasar junto al parque del Palmeral. Unos cuantos metros más allá, en la medida de lo posible les evitaré la visión –desgraciadamente no podré hacer mismo con el olor– de la límpida desembocadura del Barranco de las Ovejas.

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Para eso trataré de dirigir sus madrileñas miradas, ávidas de sol y mar, hacia la playa de San Gabriel. Pero yo se la venderé como la playa de Letizia Ortiz, que alguna vez, cuenta la leyenda, la princesa refrescó en esas aguas sus tiernas carnes infantiles. En lugar de la merecidísima bandera azul, en su honor izan la de España, les diré con toda la convicción que pueda reunir.

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Siguiendo el camino, más fácil explicación tiene lo de la zona industrial costera. Eso sí, no entraré en detalles como el de los silos de cemento o la planta de biodiésel, pues no querría iniciar un debate que no llegaría… a buen puerto.

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Y cómo no va a tener Alicante esa imagen de ciudad alegre, con la «vida alegre» que tiene.

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Porque unos cuantos metros más adelante, ya puede uno ser el imaginativo Guido de «La vida es bella», que la estampa no la camufla. A la izquierda, prostitutas de todos los géneros, colores y edades, cuyos clientes -reales o potenciales- más de una vez han estado a punto de causar accidentes al pegar bruscos frenazos.

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A la derecha, el muro de la vergüenza, con más peso en capas de carteles de discotecas y conciertos que de propia piedra. Detrás, lo que un día fue la estación de Murcia, lo que un día será la sede de la Casa del Mediterráneo y lo que hoy es un cochambroso lugar que acumula suciedad y ratas.

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¡Bienvenidos a Alicante! Vayamos mejor al centro, que es otra cosa. ¿Habéis visto? Qué maravilla nuestro Castillo de Santa Bárbara, ¿eh? Cómo reina sobre la ciudad. Y qué me decís del barrio de Santa Cruz, qué encanto, qué colorido… Coño, ¡qué grietas!

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¿Y si nos bajamos y os enseño el Casino?

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Ah, ¿es que eso es un casino? Por las luces habíamos pensado que era otra ermita de pescadores…

Fotos: Rafa Arjones, Cristina de Middel, Manuel Lorenzo, J. P. Reina y David Costa

Fuente.

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