ÁNGELES CÁCERES
A pie de calle
La esperanza mentada en el título no se refiere al ombligo propiamente sino a las células madre de los cordones umbilicales, esas tripejas conductoras de flujos vitales que mantienen unidos a hijo y madre y que hace años, rematado el parto, se tiraban sin más al cubo de los desperdicios quirúrgicos. Tiempo después empezaron a ser recogidas por las industrias cosméticas, ya que por lo visto con el cordón y la placenta se fabrican unas cremas carísimas, que dejan la piel de las señoras que pueden pagárselo más tersa que el culito de un bebé. Y ya de unos años a esta parte, gracias a los avances de la investigación científica, las susodichas tripejas han cobrado un valor incalculable, porque en ellas parece que reside la esperanza de curación de muchas enfermedades para el propio bebé, sus hermanos e incluso sus padres. Y eso ya sí que son palabras mayores. Sobre todo en familias con antecedentes de cáncer, que justamente parece que por ahora es la dolencia que mejor responde al tratamiento con las células madre de la sangre del cordón umbilical.
Por eso, si ustedes hacen memoria, recordarán que la princesa de Asturias ya en su primer parto las mandó criopreservar fuera de España, se armó un revuelo enorme con la noticia y la Casa Real tuvo que dar explicaciones, para que no se sintiese agraviado comparativamente el personal con menos posibles económicos que Doña Leti, o sea, la mayoría de los/as españoles/as. Lo que pasa es que ese personal continúa en la actualidad agraviado, y no por la Casa Real sino por el sistema sanitario español. Porque como cualquier madre recental (o incipiente y aún no parida) sabe, en la Seguridad Social no existe la posibilidad de conservar las células madre para cualquier eventual necesidad futura. Mejor dicho: existir existe, porque de hecho se pide permiso a las parturientas para recogerlas y conservarlas. Pero donándolas de manera altruista, porque lo que ni existe ni está contemplado es ningún derecho de propiedad sobre ellas. O sea que la sangre umbilical portadora de esperanza pasa a formar parte de un banco donde se almacena, convenientemente criopreservada, para que pueda ser útil a las personas que la precisen y sean compatibles con ella. Y las mujeres que en el parto la cedieron, si en un futuro por desgracia la precisan para ese hijo, alguno de sus hermanos o ellas mismas, tendrán que ponerse en la cola y esperar las primeras células madre compatibles que haya en el banco. Y si no hay disponibles y pierden la posibilidad de poder utilizarlas para curar una leucemia, un trastorno inmunológico, una enfermedad de origen sanguíneo o un trasplante, pues ajo y agua.
Un puñado de madres jóvenes me ha trasladado esta situación, difícilmente entendible, para que la haga pública. Y para que cuando nos las crucemos por la calle viéndolas arrastrar con tanto esfuerzo como ilusión sus barrigas llenas de futuro, sepamos todos que, si quieren conservar las células madre de su cordón umbilical, no les queda otra salida que irse a parir en la privada, contratar con alguna de las empresas que a ello se dedican la conservación de sus células madre, y apoquinar una pasta gansa (entre 1.600 y 1.900 euros) para tener la garantía de poder usarlas en caso de necesidad. Aunque no sean doña Leti. Pero cuando la investigación científica anuncia que en un futuro próximo con esas células se podrán tratar el Alzheimer, los infartos, el Parkinson, la diabetes y muchos cánceres hoy por hoy mortales, a ver qué madre no hace lo imposible por conservarlas. Pues ya ven: por las muestras, en eso no ha caído nuestro sistema sanitario. O sí ha caído, pero le da igual.
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