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Si no salvo mis ideales, no me salvo a mi.







maito:%20msierrahoyos@gmail.com







































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viernes, diciembre 28, 2007

A mi entender, contiene uno de aquellos mensajes de "devastadora discriminación sutil"

Es por eso que os sugiero este artículo publicado en El Periódico y copio también la carta de réplica que he enviado al director, así alguien la leerá.

Antonio Centeno.




28/12/2007 Edición Impresa


EL AVANCE HACIA UN MUNDO MÁS RICO Y ABIERTO



La integración de los discapacitados

Quienes carecen de alguno de los sentidos tienen otros muy desarrollados, y el catálogo de sus posibilidades debe partir de ahí

  1. Es el momento de facilitar a las personas con minusvalías una participación activa en la sociedad
 MARÍA TITOS
MARÍA TITOS
Alfonso S. Palomares*

Estos días he escuchado denuncias autorizadas de asociaciones de discapacitados y de minusválidos. No se quejaban, ni se quejan, de la falta de leyes, sino de que no se cumplan las que tenemos, y también lamentan que las ciudades y ciertos ámbitos públicos no cumplan las normativas elementales vigentes para la accesibilidad de los minusválidos. He leído que A Coruña es la única ciudad española que las cumple. Lo mismo que hay muy pocas empresas en las que se cumpla la ley que exige emplear a un minusválido por cada 50 trabajadores.

Estas semanas navideñas, cargadas de ternura, se prestan a los ramalazos sentimentales y a los vistosos gestos de generosidad. Adornamos la solidaridad con una fuerte dosis de espectáculo, y la caridad o el humanismo adquieren un tono declamatorio que no está mal, porque el teatro forma parte de uno de los grandes elementos culturales de una civilización. Está bien esa prisa por ayudar a un ciego a cruzar un semáforo, a un minusválido a subir a un autobús o por una escalera, ese gritar con afecto para que nos oiga un sordo, el poner atención a las palabras de un tartamudo o escuchar los razonamientos de personas cuya inteligencia se sitúa por debajo de los baremos convencionales. La solidaridad se convierte en un acontecimiento de calendario y en un termó- metro que marca las altas fiebres de nuestra bondad ocasional.

ES LÓGICO: nuestra civilización y nuestra cultura se fueron construyendo sobre unos conceptos muy simples de capacidad e incapacidad. Los capaces formaban parte de la historia y los incapaces se quedaban en sus cunetas. El destino les había marcado con la desventura y había que resignarse a ese fatalismo.

El catálogo de las incapacidades ha sido y sigue siendo muy numeroso, pero afortunadamente la lucha desde amplios grupos y colectivos situados en la marginación ha sido tenaz, y a veces dramática, por buscarse un lugar al sol de la historia e integrarse como actores activos en los tejidos de las sociedad. La Organización Nacional de Ciegos es un ejemplo de lucha por superar la vieja lógica del destino y contribuir a un cambio sustantivo en los conceptos y realidades de integración, una integración que podíamos calificar de humanista, porque responde a los desafíos y exigencias de la condición humana. De un humanismo integrador. La lucha que en estos momentos debemos mantener es por ir definiendo a través de las leyes y de las actitudes una sociedad abierta, porosa y variada en donde las diferencias se asuman con naturalidad como algo que enriquece a la sociedad en su conjunto. Que se cree la cultura de una presión social para que se cumpla en todos sus términos la normativa vigente y se haga fuerza para que las nuevas demandas sociales en este campo se atiendan con las leyes adecuadas.

Hay sólidas iniciativas en este sentido, y por eso conviene dar apoyo a ese desafío en el que están inmersas muchas organizaciones que representan a colectivos de personas con incapacidades o con minusvalías. El desarrollo de la cultura por una sociedad integradora debe partir de la búsqueda de las capacidades que tienen los que consideramos incapaces, porque en su mayoría tienen capacidades potenciales que conviene estimular y alentar para que se desarrollen y terminen convirtiéndose en útiles y hagan que esas personas se sientan así. Cada día son más numerosos, diría que ya son numerosísimos, los ejemplos de estos logros. Es cierto que a un sordo no se le va a nombrar jurado en un concurso de canto, ni a un manco se le debe encaminar para pianista de una orquesta, ni al ciego para crupier de un casino o vigilante de playa, y así podíamos seguir una hilera de ejemplos interminables. Sin embargo, es sabido, porque sobran evidencias, que quienes carecen de alguno de los sentidos tienen otros sumamente desarrollados, y el catálogo de sus capacidades y de sus posibilidades tiene que elaborarse partiendo de esa base. Las actividades en nuestra sociedad tan variada se han multiplicado, y por eso las posibilidades integradoras en el mundo laboral de estas personas son múltiples. La integración laboral es la base de la integración social. Es el momento de corregir la historia.

EN ESTE MUNDO moderno y posmoderno, los trabajos y ocupaciones son variadísimos, por eso las posibilidades de los hombres y las mujeres con discapacidades y minusvalías son muchas y muy diversas. Una sociedad integradora y abierta es una sociedad rica y humana, lo contrario de la sociedad unidimensional, que es una sociedad excluyente con ribetes nazis, por eso los cantores del nazismo le llamaban sociedad viril, que se tradujo en una sociedad sectaria, intolerante, dominadora y violenta. La opresión social sobre los grupos y personas con minusvalías tiene un indudable perfume fascista.

En este momento histórico en el que las nuevas tecnologías, los descubrimientos más insospechados y las investigaciones llegan al borde de lo imposible, es el momento de apoyar, fomentar y estimular la cultura de un humanismo integrador y facilitar a las personas con incapacidades la manera de participar en los procesos productivos en toda la amplitud de su significado para que se sientan y las sintamos como actores de la historia.

* Periodista.


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Soy una de las personas a las que el señor Palomares se refiere en su artículo. Quiero agradecerle su intención de promover el avance hacia una “sociedad abierta, porosa y variada en donde las diferencias se asuman con naturalidad como algo que enriquece a la sociedad en su conjunto”. Sin embargo, discrepo de la idea de que ese cambio social deba fundamentarse en la “participación en los procesos productivos”. La inclusión en el mundo laboral debe ser una consecuencia y no un requisito previo para la plena ciudadanía. De lo contrario, seguiremos alimentando el modelo de “sociedad excluyente con ribetes nazis” basada en las capacidades/incapacidades a la que tan acertadamente alude Palomares. No se trata de transformar a los “incapaces” en “capaces”, si no de transformar todos los procesos sociales – entre ellos los vinculados al mundo laboral – para que las diferencias no conlleven desigualdad de derechos. Hay que recordar que los Derechos Humanos tienen como finalidad proteger la dignidad de cada persona, no sus “capacidades”, independientemente de su “productividad”. No obstante, las políticas más respetuosas con la dignidad humana – países escandinavos – han generado también las sociedades más eficientes y economías más productivas, pero no confundamos las causas (defensa de la dignidad) con los efectos (productividad) o seguiremos dejando a muchas personas fuera de la plena ciudadanía.

Antonio Centeno Ortiz

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