pero como nadie escucha es preciso comenzar de nuevo.
(André Gide)
MINUSVALORADA
No me gusta el término minusválida, porque no soy menos válida; tampoco el de discapacitada porque mis capacidades existen incluso de una forma diferente siempre que disponga de apoyos para la igualdad de oportunidades, allá donde hay discapacidad. Me gusta el término Diversidad Funcional porque no es peyorativo pero ciertamente comparto con algunas personas que no termina de identificarme. Resulta tan suave como que la cosa pasa tan desapercibida que pone un manto de positividad que acaba envolviendo de algún modo los rechazos sociales de que personas como yo a diario somos víctimas.
Tal vez a día de hoy me definiría como una persona, no minusválida, sino más bien, minusvalorada. Porque eso somos las personas con Diversidad Funcional, personas minusvaloradas por otras desde el momento en que se atreven a designarnos como minusválidos y como discapacitados y empiezan a cerrarnos las puertas primero de nuestra propia autodeterminación y finalmente de nuestra plena participación dentro de la colectividad social por falta de unos medios que existen y pueden afrontarse pero que a muy pocos interesa que así sea, de una forma prioritaria.
Todo esto y mucho más me lleva a pensar que la sociedad en que vivo es una sociedad, decadente, hostil y hasta me atrevería a decir que cruel por lo mucho que tiene de minusválida para si misma. Y cuando digo sociedad incluyo también, el paquete de personas con diversidad funcional y me incluyo a mi misma como parte de esa sociedad, que aunque excluida también somos y nos debemos a unas ciertas responsabilidades, morales, sociales y personales para poner fin o al menos intentar poner fin a todo esto.
Quizás la gran raíz del problema la compongamos nosotros mismos, cuando lejos de ver la situación desde un plano generalizado, nos miramos el ombligo y nos dormimos en los laureles de nuestra propia realidad no queriendo entender otras realidades que disfrazamos porque nos son ajenas y creando así líneas divisorias difíciles de aunar.
Deberíamos de empezar a darnos cuenta, como les ha pasado a otros colectivos el de los gays, por ejemplo, de que no hay peor enemigo para un colectivo que la gente de su propio colectivo, cuando estos dominan una parte sustancial y operativa de la situación.
Del mismo modo en que las mariquillas o mariconas, -dicho sea de paso con todos mis respetos-, aquellos hombres valientes de escandaloso plumaje, se convirtieron en los mayores enemigos del colectivo gay porque la gran mayoría no decían sentirse representados por ellos o bien, permanecían ocultos sin dar nadie la cara por ellos, también en nuestro colectivo, existimos las molestas “mariquillas” o moscas cojoneras, hostigadas y transportadas por nosotros mismos porque no damos el cuerpo de imagen de positividad y concordia pretendido ante situaciones que ya no precisan concordia, sino exigibilidad y sin embargo, somos, estamos siendo quienes ponemos el problema de frente y acabamos dando la cara para que de un lado y de otro nos la den por todas partes.
Quizás algún día quienes suavizan el mensaje y cuidan tanto las formas alcancen a comprender que no deberíamos estar dispuestos a autosometernos porque siendo así es imposible que exijamos nada si antes no hemos sido capaces de demostrarnos de todo lo correcto y lo incorrecto de que como seres humanos igualitarios podemos y debemos demostrar para medir de verdad nuestras fuerzas.
Mª Ángeles Sierra Hoyos.
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